Milton Peláez

Milton Peláez

UBI RIVAS
Milton Peláez que recién acaba de dejarnos para siempre en forma fatal a sus 61 años pletóricos de éxitos por todos los costados, ha sido uno de los humoristas más completos que hemos disfrutado los dominicanos.

Durante unas cuatro décadas, bastante tiempo para enseñorearse de las luces enceguecedoras de las cámaras de televisión, Milton Peláez concitó la alegría del país en sus varios programas televisivos, al principio asociado con Freddy Beras y Yaqui Núñez y finalmente a solas con su equipo formidable de El Patio de Medrano.

Milton Peláez fue un portento de gracia, habilidad, talento, porque sin saber una nota de música, empuñaba la guitarra, sin tener voz, que apenas era un perceptible sonido gutural como afectado de gripe, cantaba, pero que su venero inagotable de donaire y una catarata de gracia, superaba las deficiencias en las asignaturas citadas.

Poseía el magnetismo muy difícil en los hombres públicos, ora en el arte, ora en la política, ora en las altas gerencias y era a mi modo de apreciar, el único humorista con cultura que hemos tenido los dominicanos y que además, nunca expresó una palabra indebidamente usada, es decir, una malapalabra, como incurren muchos, sin añadir con ello un ápice a su ejecución en las tablas.

Milton Peláez fue un hombre decente, bondadoso en extremo,  correcto, educado per se y por cuna, barahonero de pura cepa, orgulloso de su patria chica, como enaltecen los de su solar como pocos de otros solares. Barahona del Sur, proclama siempre su oriundez, y siempre le remachaba que ignoraba hubiese otra Barahona en otro punto de la geografía nacional y entonces los dos reíamos de la ocurrencia provinciana.

Milton cursó estudiosos de medicina entiendo que hasta el tercer o cuarto año y entonces defeccionó para la pantalla chica, donde concretizó una carrera luminosa como humorista sano, como árbitro del entretenimiento, como recurso para el escape del stress que agobia a tantos a veces por tan poco mal manejado, inclusive a él mismo que se estresaba por nimiedades que se introducía en los meandros de la hipocondría efímera.

Era un bromista tan auténtico que bromeaba a expensas de sí mismo y reía, pero sin hilaridad, a trazos cortos, que interrumpía con otra ocurrencia indistinta, que en él, era inagotable.

Conocí a Milton desde casi mi ingreso a la ciudad de los colones en 1962 cuando llegué un poco zamuro de mi natal Santiago de los Caballeros a estudiar leyes y en el transcurso del tiempo trabamos afectos imperecederos, aunque no ligazones estrechas de procurarnos uno del otro, sino que cuando nos topábamos, nos deleitábamos con un manojo de ocurrencias y remembranzas.

Su deceso trágico viste de crespones lo mejor del humorismo dominicano de todos los tiempos, el disfrute de un espacio realmente impactante y gratísimo, sin estridencias, sin ofensas, sin el tremendismo verbal que pretende hacer del uso indebido del lenguaje una norma y lo que resulta ser es un mal ejemplo a las generaciones que emergen.

El recuerdo de Milton Peláez será imperecedero no solamente para quienes gozaron con sus ocurrencias, sino para quien realmente le apreciamos y ponderamos no solamente su alta clase artística, sino su gran clase humana, en ambas facetas de las cuales Milton Peláez fue un superbo y un paradigma de las referencias más bruñidas.

En lo concerniente a la forma en que nos dejó, serán los tribunales de justicia quienes dictaminarán en consecuencia.

Paz a sus restos. Siempreviva a su memoria. Pesar a sus deudos.

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