Milton Peláez, el pionero

Milton Peláez, el pionero

ÁNGELA PEÑA
Fue el primero y más original intérprete de rock en español, cuando otros artistas hispanos se afanaban en traducir al castellano las canciones que ponían de moda los americanos, en la llamada época de la Nueva Ola.  Cantante y operador de guitarra y otros instrumentos electrónicos, se antepuso a todos los que después aprovecharon el arte para combatir las injusticias sociales, alabar a Dios por medio de la música, defender la identidad nacional, criticar la falta de patriotismo.

De esa época rockanrolera de Milton Peláez sólo se recuerda una canción, Carmencita, tal vez porque fue la única que grabó, y esa faceta que despertaba el delirio de la adolescencia y la niñez de entonces, fue opacada por el humorista, el que más chispa y conocimientos ha demostrado entre sus contemporáneos. Es un comunicador completo, bien enterado, actualizado, con dominio de todos los temas, que supo sacar provecho con un chiste a las más candentes y a veces intocables situaciones políticas.

Era un revolucionario del humor sin ningún temor, aun en los doce años de represión balaguerista, que exponía sus críticas a las ilegalidades y desafueros encarnando personajes que convirtió en famosos, aunque el que perdura en la memoria popular es Medrano, el más recordado por su lengua irreverente y venenosa. Peláez era prolífico y todólogo y sus actuaciones le salían magistrales tanto cuando bromeaba como al hablar en serio. Su habilidad, su sapiencia, eran comprobables en las respuestas que daba a sus entrevistados.

Peláez no está haciendo vida pública, hasta donde es sabido, y su ausencia representa la pérdida de un valioso recurso humano que la sociedad extraña, sobre todo hoy, frente a tanta abundante chabacanería que como humor se pasa por radio, televisión y en espectáculos.

Un fanático del ayer me grabó «Carmencita, yo sí te quiero/ aunque tu mami no me quiere porque yo soy feo, /ella quiere a otro teenager que es más feo que yo», alardeando Peláez, en esa época, de cantar como Aníbal de Peña y de tener el swing de Johnny Ventura. Otros lo recuerdan autoproclamándose «un big leaguer», exaltando el trabajo, reconociendo al Creador. «Oye, papá Dios, yo soy un big leaguer/ pa’ poder comer, hay que trabajar/ Oye papá Dios, yo soy un big leaguer, sólo creo en Dios y en mi mamá». Aclamaba que «Todo lo que tengo se lo debo al Señor, al Señor que me creó», al que se declaraba como cantante de go-go, pidiéndole su bendición.

Pero una de esas canciones de Nueva Ola de Milton, está perdida irremediablemente en la memoria. Era la que criticaba a «esos jóvenes modernos, de apretados pantalones, con el pelo en la cintura ¿quién diría que son varones?» y que propugnaba por el consumo de lo criollo. «También hay nacionalistas, de la boca para afuera/ que piden que consumamos lo que produce nuestra tierra/ más cuando cogen dos pesos, cogen un pasaje fiao y van a comprar basura a Nueva York o a Curazao/ Por eso estamos como estamos, por eso nunca progresamos y tal parece que gozamos con ver las cosas al revés…».

Quizá sólo sus allegados saben del paradero de Milton Peláez, se ignora si el protagonismo de tantos años le ha permitido retirarse a vivir de su renta, si está aquejado de salud (Dios no lo quiera), o si se asqueó de la farándula. Pero debe estar físicamente fibra, pues siempre se le veía trotar por el Mirador, y muy lúcido como para ofrecer un recital de recuerdos de todas sus facetas y de esa Nueva Ola en la que fue pionero, el ídolo de los ye-yes, psicodélicos y go-gos que movieron el esqueleto con sus singulares y simpáticas adaptaciones, precursoras, tal vez, de lo que luego se llamó la Nueva Trova.

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