Mineros de Chile, regreso al futuro…

Mineros de Chile, regreso al futuro…

Una niñita que perdió a su madre sueña con una máquina del tiempo para regresarla a la vida desde el pasado. Los mineros chilenos, sin haberlo deseado, estuvieron en una cámara subterránea que les cambió todas sus nociones de tiempo y espacio, y pudieron ver todos los aspectos de sus vidas de manera muy diferente. Nunca nos gustó que nadie pusiera su cuaderno en nuestro pupitre, que nos ocupen el parqueo, o que nos tomen la silla cuando nos paramos un momento. Hacemos silencio en el elevador porque no sabemos interactuar con otros cuando se nos acercan demasiado. En un encierro involuntario, como en una cárcel o en un hospital, se vuelven importantes otras cosas, y hasta en una espera no programada en un aeropuerto o en una antesala, cambiamos las prioridades y el modo de comportarnos.

Una lluvia repentina nos pone más espontáneos y expresivos. Las tragedias, en especial, nos remiten a las cosas fundamentales, a lo que verdaderamente valoramos: el afecto de nuestros familiares y  amigos, a las cosas tan necesarias y tan básicas, tan buenas y baratas como respirar, caminar, mirar la naturaleza, y la prístina y pura sensación de estar vivo.

Los dominicanos nunca tuvimos una gran guerra, una gran hambruna, ni hemos conocido verdaderos desastres naturales, porque ni siquiera con los ciclones y temblores hemos sido gravemente dañados. Nunca nos hemos visto forzados a mirarnos seria y profundamente hacia adentro. Por eso seguimos viviendo realidades absurdas, en base a presupuestos ficticios, a endeudamientos eternos, soñando con “yipetas” y trenes modernos, cuando no alcanzamos para siquiera bicicletas.

Dios nos regaló un hermoso país fácil de vivir. Tanto, que también estamos viviendo de negocios dudosos, divisas enviadas por trabajadoras domésticas y sexuales, por obreros emigrantes ilegales que ahorran lo indecible para que sus familias vivan decentemente.

¡Qué dicha tan dudosa, una vida regalada en un paraíso tropical! Vivir sin esfuerzo, un ideal colectivo. Pregúntele a un chileno de qué cosa se enorgullece: de sus instituciones, de su civismo, de convivir civilizadamente. Jamás responden que Lucho Gatica o que Iván Zamorano, ni que el vino o la cordillera de Los Andes. Orgullosos de lo alcanzado día a día con su propio esfuerzo, del Chile que se sobrepone a las catástrofes, el de la unidad y la responsabilidad compartida.

Por eso están inscritos en el futuro, tienen visa para el porvenir.

Y cada vez que algo malo les sucede, se conectan con Dios, con sus gentes y con lo que verdaderamente vale. De ellos aprendí que la escuela no es el edificio, que la iglesia no es el templo, que Dios no es una religión. Que el amor es el único vehículo hacia el futuro, hacia la libertad y la vida eterna.

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