Minilateralismo

Minilateralismo

La conclusión de la Segunda Guerra Mundial parecía que traía al mundo, impactado por la enorme tragedia que acababa de vivir por seis años (1939-1945), suficiente sensatez para identificar, crear y hacer funcionar un nuevo orden internacional que garantizase un ambiente de paz y desarrollo permanente, ¡vaya ilusión! Aunque, simultáneamente con la finalización del episodio bélico, comenzó a construirse un sistema internacional de instituciones globales con esos fines, la quimera duró poco.

Si bien surgió la ONU, y con ella la llamada familia de agencias y organizaciones intergubernamentales que fueron rápidamente reforzadas por el esquema institucional que dio a luz Bretton Woods (FMI y Banco Mundial conjuntamente con un sistema financiero internacional) se evidenció inmediatamente que el necesario multilateralismo – entiéndase un orden mundial con participación efectiva de todos los actores del escenario internacional – era de difícil funcionamiento. Ello así, por el contenido antidemocrático que se le inyectó al sistema, concentrando privilegios irracionales que, si bien en esos momentos una gran mayoría de naciones aceptaron sin muchos resquemores reconociendo una realidad coyuntural, no pasarían relativamente muchos años para que se erigiese esa concentración de poder en un valladar para que realmente todos en el mundo sintiesen que, efectivamente, eran corresponsables del funcionamiento global. La pretendida corresponsabilidad global quedó sesgada, primero, con un Consejo de Seguridad en la ONU con membresía selecta de cinco miembros capaces de imponer sus intereses al resto de la humanidad así como una capacidad de votación ponderada  – de facto decisiva – en los organismos económicos-financieros.

Después, acompañando el proceso de cambios que se fue estructurando en el mundo, surgieron tendencias a sustituir el multilateralismo por el unilateralismo e, incluso, por manifestaciones de minilateralismo – como ha sido dado en llamársele – derivado éste de la acción de otras instancias “globales”, estilo “club de socios” selectos.

Efectivamente, es mucho lo que el mundo ha cambiado desde 1945. Por un lado, en aquellos momentos la ONU tuvo 51 miembros y hoy son 193. En 1950 los EE.UU. acumulaban el 41% del poder económico del mundo – única potencia que había quedado intacta en su territorio – hoy es menos del 20%. Si en 1995 las principales siete economías del mundo reunidas en G7 representaban un 66% del PIB mundial, en el 2010 habían bajado a solo el 51%. Por otra parte, si Brasil, Rusia, India y China – los BRIC, sin incluir aún a Sudáfrica – en el 2000 concentraban un 8% del PIB global, en el 2010 habían escalado a 17.2%.

Dado cambios geopolíticos realmente impresionantes que se han dado en nuestra región, no solo de tono político, sino, igualmente, de dinámica económica, peso estratégico y nueva arquitectura de relaciones internacionales, América Latina y el Caribe se han dotado de su propia instancia minilateral que acaba de estrenarse con fuerza como interlocutor de la Cumbre Unión Europea – CELAC (Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe), demostrando que potencial hay, hágase corresponder ahora con voluntad política.

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