A los seis años ya era huérfana de padre. En esas navidades terribles de 1963, en que los héroes del 30 de mayo heroico asesinaban a los sobrevivientes del raid represivo de enero de 1960, también asesinaron, principalmente, a su padre.
A los 16, tenía 16, no más; su hermano un poco menos, y ya había perimido el plazo fatal de 10 años en que caducaron los plazos para recoger y poner en vigencia un proceso olvidado por los hechos, que se abrió antes de que ella cumpliera los seis años de referencia, y que implicaba a quienes, sin conocerla, sin odiarla, sin deberles y sin que a ella le debieran, asesinaron a su madre un 25 de noviembre de 1960 cuando ella aún no había aprendido a leer.
El proceso fue vencido por el tiempo y el olvido de quienes se beneficiaron de los cambios que la sangre de sus padres produjeron.
Y ahora, cuando muere uno de los canallas olvidados, más allá de la senectud, regordeado en el olvido de sus culpas por una sociedad que olvida la justicia, se atreve alguien a decir que Minou, una de los huérfanos de entonces, es una de los culpables de una impunidad que ya se había instalado cuando ella y sus seis hermanos se iniciaron en la vida y en los amores.
Pero ellos, que carecieron de tantas cosas en la infancia no merecen que además se les enrostre que no echaron a andar, que dejaron en la impunidad a aquellos que ya la sociedad, que merece estar asqueada de sí misma, había olvidado.