Minou pone en circulación «Mañana te escribiré otra vez» a 58 años de boda de Minerva y Manolo

Minou pone en circulación «Mañana te escribiré otra vez» a 58 años de boda de Minerva y Manolo

La diputada Minou Tavárez Mirabal puso en circulación el libro “Mañana te escribiré otra vez”, en ocasión del 58 aniversario de la boda de sus padres, Manolo Tavárez Justo y Minerva Mirabal, ambos declarados héroes nacionales.

Minou Tavárez expresa que la obra pasa de ser íntimas cartas de amor a patrimonio del pueblo dominicano, a quienes sus progenitores ofrendaron sus vidas en nombre de la libertad.

Las cartas atesoradas y preciosamente clasificadas por Manolo, y los libros a través de los cuales Minerva ensanchó su espíritu y profundizó su pensamiento, se funden y se confunden en la conciencia y el la convicción que me guiaron durante muchos años hacia esta noche en que “Mañana te escribiré otra vez” pasa a ser ya patrimonio del pueblo, al que mis padres entregaron sus vidas, suscribiendo una carta de amor que hoy está de aniversario”, señaló.

La obra es una compilación de 117 cartas intercambiadas por sus padres durante su noviazgo, como esposos, y especialmente cuando ambos estaban encarcelados bajo la dictadura de Rafael Leonidas Tuijillo, la cual combatieron a través del Movimiento 14 de Junio y les costó la vida.

A continuación el texto integro del discurso de la legisladora Minou Tavárez Mirabal.

Todo heroísmo es una herencia sin fecha de expiración. Minerva y Manolo no nos reúnen hoy porque son pasado sino porque se prolongan en sus legados. Por eso, todos los aquí presentes somos responsables de espantar el olvido, de zurcir esos lienzos que el tiempo deshilacha y de revivir los colores que el ayer desmerece.

En mi caso, a pesar de las ausencias físicas de nuestros padres Minerva y Manolo, puedo decir con alegría que crecimos cobijados no sólo por el legado intangible que hoy es patrimonio del pueblo dominicano, sino por un universo memorial en donde ellos se mantuvieron siempre muy palpables.

Las canciones que me cantaba mi padre y las historias que tuve el privilegio de escuchar de sus labios cuando salió de la cárcel, ahora sé que siempre tuvieron la intención y la necesidad de preservar en mí su propia existencia y la de mi madre. Los libros que se salvaron del fuego de los bárbaros y que hoy se exponen en la Casa Museo, fueron un paraíso en el que también la lengua fundó en mí una noción de Patria.

Las cartas, atesoradas y preciosamente clasificadas por Manolo y los libros a través de los cuales Minerva ensanchó su espíritu y profundizó su pensamiento, se funden y se confunden en la conciencia y en la convicción que me guiaron durante muchos años hacia esta noche en que “Mañana te escribiré otra vez” pasa a ser ya patrimonio del pueblo al que mis padres entregaron sus vidas, suscribiendo un acta de amor que hoy está de aniversario.

Los años que pasé atesorando ese legajo de palabras estuvieron signados por la duda de si dar o no a conocer algo tan íntimo. Fue mi papá quien despejó esas dudas cuando llegué a la conclusión de que había repasado las cartas una y mil veces para él mismo, pero las había ordenado y clasificado, y sobre todo preservado de todos los allanamientos que sufrieron, porque siempre estuvo consciente de su trascendencia.

La primera versión de este libro fue hecha explicando y contextualizando las cartas con anotaciones a pie de página. Cuando los revisé, más que pies me parecieron “plomos de página” que hundían irremediablemente las cartas. Otra vez dudé y dejé descansar el libro un tiempo. Pero papi, con su cuidadosa clasificación por mes de las cartas y los telegramas de mami durante el noviazgo, nuevamente me dio la clave para el libro. Así surgieron los mensuarios y los anuarios que concebí como bitácora para la lectura de quienes no conocieran los detalles de esta historia.

Ahora bien, ¿Por qué “Mañana te escribiré otra vez”? ¿Por qué ese título? Porque ellos se lo decían uno al otro constantemente. Con gusto a pacto escrito en piedra hasta convertirlo en esperanza. Así se escribían.

Y es que Minerva y Manolo llevan 50 años escribiéndonos pero, como país, cabría preguntarnos si hemos recibido su mensaje. Su legado es una carta permanente. Del Manolo de hoy y de la Minerva de hoy: no solo de lo que fueron sino de lo que siguen siendo. La clave para entenderlos -además de percibirlos desde sus acciones que hicieron la historia- necesitaba también de la arqueología que terminó reuniendo además de estas y otras cartas, importantísimos documentos que en el proceso de escribir este libro hemos recuperado.

Nunca he tenido más claro que ahora que mis padres supieron muy bien lo que estaban haciendo. Su compromiso fue consciente y la posibilidad de morir la asumieron también de manera consciente. A partir de esta correspondencia que hoy ponemos a circular sé que quedará clara la necesidad de redimensionarlos históricamente. Sobre todo a Minerva. Porque si el pensamiento de Manolo se puede conocer a través de los discursos suyos ya acopiados, de mami, de la Minerva que conocerán en estas cartas, queda mucho todavía por conocerse. Y en ese mismo aliento, aunque les sorprenda un poco, yo esta noche lo que voy a compartir con ustedes es una carta que no forma parte de este libro. Una carta que fue escrita por mi madre a finales de 1959 cuando todavía el movimiento que ella y mi padre estaban organizando a nivel nacional no se había reunido para determinar su estructura y su directiva. Se la dirigió a Nueva York no sé por qué vía, a su amigo Tobías Emilio Cabral, a quien desde sus años adolescentes cariñosamente llamaba Larry:

Dear Larry, aprovecho esta oportunidad para escribirte. Nuestro movimiento esta acéfalo por el momento y aunque los acontecimientos siguen su curso, una se siente un poco desorientada, así que entretanto para romper esta pasividad te escribo con la esperanza de que mis palabras lleguen a ti, sé que ustedes luchan incansablemente; pero es una felicidad hacer lo que se puede por nuestra Patria que sufre esta agonía. Es triste estar de brazos cruzados.

Larry a mí me parece, tú sabes lo difícil que es aquí la propaganda o la difusión, que aquí falta orientación del pueblo, nadie puede hacerse una idea de lo que han significado para este pueblo los discursos de F. (Fidel) o cualquier información sobre la R.C. (Revolución Cubana). No puede culparse al pueblo de su ignorancia. Sin embargo hay programas radiales que Uds. nos dedican ¿por qué en vez de diatribas e insultos que todo el mundo aquí conoce, no tratan de dedicar un espacio de esos programas a verdadera orientación? Tú no imaginas con el interés que se oirían, las gentes están sedientas. Como parece que esto se va a prolongar te ruego encaminar tus esfuerzos a ese objeto. Escríbele a P. (Pericles Franco) y pídeselo en mi nombre. Yo sé que allá hay verdaderas capacidades, hagan encuestas, polémicas, que todos contribuyan ¡En estos días me hablaban de un programa de R. Rumbos, que decía que nosotros somos un pueblo que no merece que se luche, etc. ¿Cómo pueden? Sin embargo nadie puede desconocer la fuerza interna del pueblo, ni sus valores. Todo el que lo desconozca fracasará. Además hay una ignorancia en el conocimiento total de nuestra verdadera realidad.

¿Qué le dice esta carta de ayer a esta patria nuestra de hoy? ¿Cómo podremos alcanzar a la Minerva política que emerge de sus escritos y su correspondencia? Es esa la Minerva viva que todavía sigue hablando, y no solamente la Mariposa que aletea desde su muerte hacia la libertad. Analizar esta carta, desglosarla de cara al país que somos hoy es una tarea pendiente, sobre todo porque insistimos en el pasado y en que nos da fuerzas… y ya. Nuestro error ha sido que hemos utilizado el pasado como bálsamo. Que hemos hecho interminable la transición. Que persistimos en culpabilizar a las víctimas y nos hemos olvidado de los victimarios. Y frente a eso, los sobrevivientes, los de la izquierda de ayer o los progresistas de hoy, muchas veces insisten en seguir echándole las culpas de lo que pudimos haber sido y no somos a los muertos o a lo que alguna vez ellos mismos fueron e hicieron.

Vengo hace tiempo preguntando y preguntándome que dónde están y cuáles son ahora las escarpadas montañas de Quisqueya. Creo que nos ha llegado la hora a todos, a todas, de comenzar a respondernos.

Nuestra historia política reciente está demasiado poblada de hechos cuestionables a los que necesitamos de manera urgente dar respuestas. Es hora de recomenzar en algún punto donde nuestros héroes se van desdibujando. Es hora de comprender que la Patria a la que recurrimos con frecuencia como argumento, ya no puede, ya no quiere. Ya lo dijo Minerva: Todo el que lo desconozca fracasará.

Estoy segura de que la mayoría de los aquí presentes además de la nostalgia han llegado aquí como yo misma llego a ustedes desde estas cartas: en busca del mensaje de dos de nuestros héroes nacionales. Ambos, como saben, fueron asesinados por agentes del Estado y a pesar de las certezas acerca de quienes dieron las órdenes, de quienes fueron sus ejecutores y sus cómplices, para escándalo y vergüenza de cada uno de los que estamos aquí algunos de ellos siguen todavía presentes en la vida pública. La justicia no nos dejó el alivio que sanara nuestras heridas y que nos permitiera crecer como país, como comunidad política, como nación de un mundo más que complejo.

Y no existe un solo país en ese mundo que haya podido superar el horror y la muerte sin justicia. Todo el que lo desconozca fracasará. Esa es una de las razones por las que he apoyado la creación de una Comisión de la Verdad, aún con el temor de que quienes la nombren incluyan en ella a autores del oprobio.

Todo ha sido el resultado -amplificado con los años- de conductas que demostraron su fracaso casi de inmediato. Es verdad que ética y política no son lo mismo. Pero caminan juntas. Si las confundimos construimos figuras que terminan siendo absolutamente incapaces de enfrentar los desafíos de una política democrática.

¿Qué ha sido nuestra historia política sino la repetición cíclica de la construcción de impunidades desde que quedó instalada la idea del “borrón y cuenta nueva” para ganar una elección? Nuestra práctica política no se concibe sin la adhesión al caudillo, sin la cercanía a los peores hábitos, sin cargar y arrastrar el pesado fardo de los crímenes, las cárceles, las torturas. Hasta un día.

Buscando las “escarpadas montañas de Quisqueya” observamos la grave crisis institucional que hoy vivimos. No hace falta ser expertos para hacer tal reconocimiento. Hace falta ser honestos.

Nuestro poder legislativo es, a todas luces, una muestra del deterioro institucional. La forma en que se están realizando los debates, el irrespeto a los reglamentos y a la ley, que por su frecuencia ya ni siquiera llaman la atención, debe ponernos en alerta. La situación y la legitimidad de las llamadas Altas Cortes resultan para todos tan preocupantes, que ni vale la pena mencionar.

Los partidos políticos, importantes instituciones de la democracia, se debaten en una crisis cuyos voceros se empeñan en negar pues todavía consiguen votos en las elecciones. Pero los partidos no son sólo para ganar elecciones. Los partidos deben ser la expresión de la sociedad política, organizada para tener un mejor país y para tener más democracia. Es una mala señal que los debates políticos se hayan trasladado a los tribunales porque estos no pueden ser el lugar de ejercicio de la política:la judicialización de la política no es buena ni para la política ni para los tribunales.

La crisis de los partidos políticos es, en mi opinión, uno de los peligros mayores que debemos enfrentar y lo digo con responsabilidad porque siento que estamos llegando al punto en que a estas instituciones se les está agotando la oferta.

Así, la democracia y las más importantes reivindicaciones sociales se han ido quedando relegadas mientras las instituciones se han ido transformando en servidoras de intereses cada día mejor identificados y más temidos.

El primer paso para ascender hoy a las “escarpadas montañas de Quisqueya”, para alcanzar su Pico Duarte, la más elevada de todas, quizás consista en reconocer que la línea que nos divide ya no es la que trazaron los llamados grandes caudillos. Hoy, avanzado el siglo XXI, tenemos el desafío de reconocernos en lo que en realidad debe unirnos: la defensa de los Derechos Humanos, la lucha contra la pobreza, la justicia, la democracia y la paz.

Algunos se preguntarán si estas cartas son en sí mismas un documento político. La respuesta es no pero también es sí. Este epistolario de amor nos muestra el carácter, el temple, la nobleza y la verticalidad de esos dos seres que lo dieron todo para que fuéramos lo que todavía no somos.

Cincuenta años después de Manaclas, frente a estas “escarpadas montañas de Quisqueya”, la unidad de quienes creemos y luchamos por la democracia es urgente, porque de nuestra cultura dos veces milenaria aprendimos que sólo se cambia lo que se ama. Y también que, como dice el Evangelio, no se pone el vino nuevo en odres viejos. Y Todo el que lo desconozca fracasará.

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