Minusvaloración del libro impreso

Minusvaloración del libro impreso

Mario Emilio Pérez

 He publicado 22 libros con relatos costumbristas de contenido humorístico, y cinco novelas.

   Logré buenas ventas con los cuentos, hasta el grado de que un volumen titulado Mujeriegos, Chiviricas y Pariguayos, del cual publiqué una edición de cuatro mil ejemplares que se agotaron en menos de dos años.

   Pero debo admitir que desde que la computadora impuso su dominio, la lectura del libro impreso ha disminuido considerablemente.

   Comencé a comprobar esa situación  hace unos años cuando las librerías, casi todas ya desaparecidas, me pedían menor cantidad de mis obras.

   Y noté que cuando estaba en algún lugar público solamente las personas adultas me hablaban de que habían leído algún libro de mi autoría.

   Lamentablemente algo que se añade a esa realidad es que muy pocas de las personas de edad mediana o adulta leen los libros que les obsequio.

   Se pone esto de manifiesto porque tras la entrega, en nuestros encuentros mencionan la obra, y ni por asomo su contenido.

    Una artista a la que admiro por su talento, y a quien regalé dos volúmenes de mis cuentos, fuimos compañeros de labor en una institución oficial por varios meses, y nunca hizo mención del par de obras surgidas de mi creación.

   En cuanto a los jóvenes pocos me reconocen cuando coincidimos en algún lugar.

   Porque sus lecturas se realizan, podríamos afirmar que casi totalmente en sistema virtual.

   Este artículo surgió debido a que llevé, después de varios meses negado a hacerlo, varios libros de mi inspiración a Cuesta Libro.

   Sus títulos son: los relatos Brincando por la Vida, Mas brincos por la Vida, el cuarto volumen de Cogiéndolo Suave, y la novela El Subsecretario.

  Después de todo, es preferible que los adquieran pocos lectores, que obsequiarlos a quienes no los leerán.