Los escritores suelen reparar en “detalles” que pocos individuos toman en cuenta. Se fijan en cosas que otras personas no perciben a primera vista. Un pintor amigo me dijo un día: “yo miro el mundo a través de un filtro de luz”. Al pedirle que me explicara mejor eso del “filtro de luz”, replicó: ni siquiera lo comprendo bien; unas veces cierro los ojos y recuerdo objetos que contemplé la semana pasada; otras veces, dejo pasar las cosas por la cortina de las pestañas; pero hay días en que abro desmesuradamente los párpados para que entre en mi cabeza la naturaleza entera, tal como es.
Se dice a menudo que los escritores vuelcan en los libros las “experiencias de sus propias vidas”. Y es así en muchos casos conocidos; ciertos escritores “recrean” o transforman sucesos autobiográficos. Esto ha llevado a formular afirmaciones tajantes: “quien no ha vivido, no puede escribir nada interesante”. Sin embargo, existen escritores cuya imaginación suple con creces la escasez de experiencias. Es obvio que los escritores deben aprender “el oficio”, esto es, perfeccionar la capacidad de expresarse. Aquí entran en juego: la formación académica, las lecturas superpuestas de otros escritores; incluso la gramática normativa insuflada en la escuela primaria; y hasta el modo de hablar de los padres.
Creo que, como decía el pintor, es esencial la manera de acercarse a las cosas. Lo que es valedero para captar realidades que son colores, formas, líneas, lo es más a la hora de convertir en palabras: sentimientos, visiones, interpretaciones, absolutamente personales. También el escritor está obligado a abrir bien los ojos o a entornarlos. Cultura e inteligencia en un escritor no son dos asuntos desdeñables; y lo mismo cabe decir de sus “vividuras”: amorosas, políticas, laborales.
En la mirada penetrante del sujeto escritor está la raíz de las revelaciones que porta el lenguaje que utiliza. Las cosas, y su mirada, chocan ontológicamente en un encuentro fundacional.
Es un “proceso” al parecer anterior a las palabras. La constitución psíquica del escritor lo inclina a un ángulo preciso de percepción. Como los colores del espectro de la luz, cada uno tiene su propio ángulo de refracción. Los escritores lanzan penetrantes miradas oblicuas al mundo. (2014).