Mirador de tígueres

<p>Mirador de tígueres</p>

TONY PÉREZ
La historia de los atracos en la República Dominicana es tan larga y variada como las lenguas de los chismosos y de los vagos. Es una historia viva que ha quitado espacio a la agenda de la cotidianeidad sin causar el mínimo asombro entre dialogantes. En las redes de comunicación informal cada día apartan tiempo para contar a carcajadas desde los más recientes arrebatos de carteras hasta los últimos adelantos de los delincuentes.

Son sin embargo conversaciones de rutina orientadas más al morbo o a la celebración que a la preocupación por este malestar social, mientras el vendaval crece y se nos viene encima sin que haya remedios a la vista. He oído mil cuentos sobre delincuencia común y en cada una de ellas resalta la creciente despreocupación del ciudadano por el otro que está en apuros, actitud que no era común en el dominicano de hace algunos años. Aunque por naturaleza somos seres gregarios, me parece que aprendemos poco a poco a vivir sin el otro y, peor aún, a ser indiferentes ante la desgracia ajena.

Pascual Abreu, profesor de Física de la UASD, me ha relatado un suceso que parece increíble. Para ampliar sus conocimientos se ha dedicado ahora a estudiar agrimensura. Del aula salió a las 10:30 de la noche del miércoles y cogió ruta por la avenida Mirador Sur hacia su residencia al oeste de la ciudad. Agotada su jornada de docencia del día y las horas de butaca como estudiante de otra carrera, iba a su descanso para retomar sus compromisos del día siguiente. Al entrar a la zona oscura de la avenida, entre la escalera 4 y 5, kilómetro 71/2 a su auto le esperó un grande tronco que cruzaba la vía. Después del estruendo y el vuelco, tres jovenzuelos entraron en acción: dos llevaron a Pascual hacia la arboleda para humillarle y despojarle de sus pertenencias, mientras el tercero se apresuraba a requisar el auto y desarmar el radio para llevárselo. Dos policías aparecieron luego y, en vez de preguntarle por su estado y por las referencias de los delincuentes, sólo dijeron que ellos habían visto el obstáculo en la vía y que cruzaron con las pistolas rastrilladas.

Un asalto en el Mirador ya no es excepcional pues aquello no es solo buen escenario para ejercitar el cuerpo y buena vía de escape de los tapones del tránsito; también es excelente espacio para el «ejercicio» de la delincuencia común, es una guarida de tígueres sin control, como cualquier esquina de la Capital y las provincias del país. Lo que llama la atención es el método de atravesar un árbol en la avenida Mirador para provocar el accidente y luego robar, sin importar la vida de la víctima. Es una manera cruel muy utilizada en las carreteras del Cibao y, en menor medida, en algunas calles oscuras de la ciudad donde los cacos cruzan hilos para sorprender a motoristas y robarles sus medios de transporte. O dan un leve choque por detrás del vehículo en marcha para impresionar al conductor y lograr que se detenga a reclamar para aprovechar el momento y encañonarle.

Pascual salió vivo del caso y ahora puede contarlo aunque impotente por la indiferencia de la gente. Al calor de su desgracia y con su automóvil averiado, dice que no siente ganas de seguir viviendo aquí aunque el método homicida usado por sus agresores sea de factura global.

Antes de Pascual y después de él, la guerra de los tígueres malos seguirá su curso y, como actúan unidos, la ganarán sin dificultad, a menos que sepultemos la indiferencia y resucitemos el aprecio y la solidaridad con el otro.

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