Mirar a través de los muros

Mirar a través de los muros

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
«¿Señor, ha terminado usted de leer el periódico? El guarda casi se dobló, ceremoniosamente, como si fuera un camarero a punto de servir la bebida de un ministro. Era claro que trataba con respeto al bigotudo pasajero del traje negro.   Debo llevarlo a un cliente, dijo, que solicita periódicos en alemán en el coche número cuatro –   Si; ahí está, en el asiento; lo he sacado de la varilla portapapeles por pura comodidad.   – No se preocupe, señor; lo pondré en el sujetador antes de entregarlo.

El guarda tomó el periódico y la varilla con empuñadura y salió del vagón.  –  Las noticias que circulan en estos días pueden dividirse en cuatro clases: malas, malísimas, penosas y espantosas. Parecía que el hombre bigotudo dirigía sus palabras a nosotros, unos niños, los más próximos a su persona. Hablaba con voz clara, en francés, con acento ruso. Lo percibí enseguida porque así hablaba con frecuencia Marusia. Al quedar sola, sin nuestro padre, se notaba un poco más, pues ella no hacía ningún esfuerzo para pronunciar como los parisienses. Mi padre exigía que habláramos con reposo y corrección, sin remilgos en la articulación, pero sin cortar palabras ni alterar las consonantes. «La mayor parte de las personas con las que nos relacionamos aquí son gentes educadas. Aprendan bien la lengua francesa. Es algo que facilitará mi carrera y las vidas de todos ustedes».

«Un viejo flaco y ojeroso, que llevaba gafas de gruesos cristales, levantaba la cabeza un poco más atrás para escuchar lo que decía el caballero bigotudo con ropa de luto. –   ¿Ha ocurrido algo malo en Bulgaria? –   Bueno, como debe usted haber oído, Fernando I firmó el armisticio y abdicó a favor de su hijo Boris, que será el nuevo zar, no se sabe por cuanto tiempo. Bulgaria firmará un tratado de paz en Francia; el periódico dice que generales y políticos están reunidos en un suburbio de París. En Polonia han proclamado la república; en Hungría han asaltado el Parlamento; se dice que ha surgido un gobierno provisional en Budapest. El emperador Guillermo II ya abdicó; parece que se ha refugiado en Holanda. También Alemania será una república. En Austria habrá lo mismo; el emperador Carlos I salió del palacio y no volverá a entrar en él. Tendrá que irse de Viena. Pero donde la cosa está peor es en Rusia. El zar Nicolás II, su esposa, los hijos, las hermanas, el príncipe Dolgorolkoff, el Gran Duque Sergio Mikhailovitch, todos has sido asesinados en Ekaterinburgo».

«El vejete sacó del bolsillo una cruz de madera con las puntas de plata; la besó y la guardó rápidamente. Entonces se persignó y comenzó a mascullar oraciones. El tren debía rodar por el borde del lago Léman; pasar después por otros lagos, hasta llegar a los límites con Austria. Tenía mi pasaporte dentro de un estuche y el estuche prendido en el cinturón con un pasador y una hebilla. El abrigo ocultaba el estuche y mi bolso. Cada cierto tiempo me erguía en el asiento y miraba hacia atrás para saber si el anciano de Bulgaria estaba bien. Tosía con regularidad y algo murmuraba para si que no alcanzaba a entender.

El caballero bigotudo me clavó los ojos:   Cuando seas grande serás muy bella; ya lo eres; pero cuando madures tu belleza será aun mayor; los hombres, ya lo verás, querrán aprovecharse de ti. Algunos te harán promesas de amor, de viajes o de matrimonio. Tu piel y tus ojos azules y tu negrísimo pelo, pueden traerte la felicidad o la desgracia. Todavía no lo sabes completamente. En este viaje debes comenzar a aprenderlo.   Muchas gracias, señor, por tantos cumplidos, contesté asustada».

«No son cumplidos; son advertencias de un viejo con experiencia a una jovencita tonta que declara ante un extraño, en un tren, que sus padres están en otros países y que el destino de su viaje es una nación revuelta.   A ti, dijo mirando a mi hermano, te recomiendo cumplir dos o tres años en el curso de este viaje. Te costará envejecer con rapidez. Debes mirar a tu alrededor para ver quién mira a tu hermana con insistencia; a su equipaje o a los documentos que ambos deben mostrar en las estaciones y fronteras. Ella, por lo que veo, te cuida a ti; ahora debes ir practicando como cuidar a tu hermana mayor. Antes de dejar el tren te haré un obsequio: una navaja española de acero del bueno. No la uses, no la muestres nunca, a menos que creas que vas a morir o veas que intentan llevársela a ella».

 –  «Ese viejo que está rezando, dos asientos más allá, sufrirá mucho y morirá pronto. No podrá sobrevivir a los cambios terribles que están ocurriendo, ni a los que vendrán en lo porvenir. Antes a los niños se les ocultaba la realidad; se les mentía sobre las cosas feas que tiene la vida. Es un error de los educadores. Hay objetos muy hermosos, del arte y de la naturaleza; también existen realidades repugnantes, algunas creadas por el hombre, otras producidas por la propia naturaleza.

Conviene a los seres humanos saber mirar ambos lados del mundo.

Yo aprendí de golpe, en ocho días solamente, el dolor de las injusticias que se cometen con los pobres de la tierra. Fue en Odessa, durante la represión de 1906, y en los días que siguieron. No es importante que cuente estas cosas; no van a ser útiles para ustedes hasta que empiecen a verlas con sus mismos ojos. No bajaré del tren antes de que lleguemos a Polonia. De modo que podría muy bien contarlo después».

«Aprender a mirar es como aprender a pensar; sin mirar no se puede pensar; es la mirada la que aporta los datos del pensamiento; la mirada ofrece los apoyos sobre los cuales funciona el pensamiento. Un joven poeta ruso proyectaba escribir algo así: «solo la muerte cierra los ojos / que han recobrado la vista.» /. (No sé si escribió los versos al fin; pero le oí decir que los escribiría; y los doy por escritos). Se llamaba Esenin. Vivir no es tarea cómoda cuando cada grupo ha mirado y remirado su situación y tomado decisiones firmes para modificarla. Porque todos los hombres son capaces de pasar a cuchillo a sus enemigos, reales o imaginarios. Cuando un joven aprende a mirar con atención es como si adquiriera ojos de rayos equis. Puede ver a través de los muros de piedra que levantan los prejuicios, los intereses, las costumbres.   Tenía un poco de sueño y cerré los ojos un momento; el hombre de luto dejó de hablar y encendió un cigarrillo». Santiago de Cuba, 1993.

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