Hacia los acantilados que en redondel excluyen del debate electoral las cifras positivas de la marcha del país va lanzado el ardor de la retórica que prefiere generar en la opinión pública la sensación de que la nave constituida por dos terceras partes de la isla está desahuciada como si mínimos pasos hacia el progreso no hayan tenido lugar. Que aquí no hay nada que buscar.
Se va, discursivamente, más allá de lo válido que sería, con índices en alto, remitirse a persistentes fallas estructurales e infuncionalidades gubernamentales pero acompañadas al menos de esbozos convincentes de fórmulas salvadoras para mediano plazo. Priman hacia el electorado recetas de curación pero divulgadas con pobreza de conceptos.
Envueltas en ruidos de prenaufragio sin decir siquiera en dónde están los salvavidas. Detractar es cómodo y fácil y se recurre a lo apocalíptico, a lo hiperbólico, porque parecer combativo e intransigente hacia malas formas de hacer las cosas conquista voluntades, ciertamente. Ocurre por doquier.
Pero resaltar, casi exclusivamente, lo peor en lo inevitable del claroscuro (no hay paraíso en la Tierra) tiende a generalizar un pesimismo que no se ajusta cien por ciento a la realidad.
En octubre la economía creció más allá de lo habitual 3,6% siguiendo tendencia; lo mismo que la construcción.
La comprobada estabilidad concede cada vez más vigor a las inversiones y al turismo.
El proceso de recuperación del aparato productivo sigue en marcha. La resiliencia es palpable aunque no se la quiera ver.