Por Ylonka Nacidit Perdomo
La artista visual Citlally Miranda es interactiva con ella, su autorretrato y los rompecabezas que construye de sus experiencias. Sin decirlo, lleva sobre sí los cambios que explora de su identidad y el desprendimiento que logra de la realidad cuando elabora, desde la fragmentación, todos los distanciamientos posibles a su mítica corporeidad.
Miranda siempre sorprende, a quien trata de explorar sus territorios afectivos y la cartografía donde confluyen, a veces, en confusión y, otras veces, en una leve agonía, lo que trata de decir, lo que trata insospechablemente de unir con hilos visibles e invisibles a su mítico vivir.
Ella existe como artista/creadora desde el sentir, la imaginación, la sensación, el razonamiento y la óptica de su autoconciencia.
Su «yo»-interpretativo está hacia dentro, y no lo transgrede porque teme ser superficial. Le angustia de estar inmersa en los espejos (en los amalgamados), y reflejarse con autoengaño; por eso narra todos sus procesos de búsquedas desde la autosubversión extrema, no dejando que ninguna prisión posible sospeche que ella viene de regreso de sus ayeres donde despertó a la inquietud como si hubiese dormido en la sombra del ramaje de un bosque que no tenía espíritus como guardianes.
Estamos, sin lugar a dudas, ante la presencia de una hacedora intensa que, desconstruye recurrentemente el vacío, los lazos del sí-no entre el inevitable ahora y el después, y los polos fugitivos desde los cuales recupera su destino reasignado de creadora visual.
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¿Cuál destino es este, de ella, si no es nombrar; nombrar figuras, objetos, esencias, cosas, instantes posibles, instantes coexistentes con la propia piel, con el ser en la multiplicidad de los tiempos, con la separación de la otredad y el silencio no expresado desde el anhelo de ser ella o salirse de ella para ser otra.
Su obra que he conocido desde finales de la década de los 90 — realizada en diversas técnicas (en especial, los dibujos de acuarela y tintas)— es su exploración y búsqueda del y al retorno, del cual no se siente ni está ausente.
Citllally, además, aporta al pintar las distintas metamorfosis de su imagen porque desde su pupila convergen este aquí y este allá de encuentro entre la Naturaleza, y la proyectada visión cromática que realiza, para mostrar su dibujística/´feminil´.
La Naturaleza ha dialogado con ella con más énfasis, desde el 2006, cuando reelaboró y evocó sus impresiones del mundo; los riesgos que se asumen; la opresión genérica que se advierte cuando ante las presiones del mundo de lo masculino, hay una percepción de la «violencia del saber» o un control represivo que le pretenden imponer desde la mediación del poder ortodoxo del Estado.
Desde que inicié mi aproximación a su obra advertí el anhelo profundo de la creadora por estar en una cuasi vigilia y/o alucinación desde el umbral de sus sueños donde infinidades de voces niegan lo absoluto de los símbolos de lo «humano»; más aún cuando se frecuenta al misterio, al asombro, a las honduras donde se anclan las estratificaciones sobre qué es sexo (biológico), lo asexuado, y asexuado.
En específico: las subjetividades impuestas, las subjetividades discriminatorias, las subjetividades ancladas en la pasividad… es esto lo que Citlally Miranda (Santo Domingo, 1970) recircunda —como discurso transgresor— en su obra más reciente desarrollada en Filadelfia, EUA, desde el dialogismo entrecruzado por planos yuxtapuestos del lenguaje visual, y la intelectualidad propuesta por su autoría femenina.
Por esto, su creatividad artística fluye cuando enfrenta/rompe con el autoritarismo patriarcal, y no se subordinada al androcentrismo, sino que asume su mirada/visión subyacente metafísica para darle significados a todos los ámbitos que enlaza, destierra o hace manifiesto pictórico.
Es así como entiendo/percibo la totalidad de las etapas de Citlally: destejiendo los tiempos en su trayectoria vital; destejiendo sus relatos vivenciales; reelaborando lo que la cultura de Occidente convierte en dogmas, en obediencias, en acumulaciones de engaños y simulaciones que sirven para sustentar las oposiciones binarias y la vuelta al discurso de los deseos/Eros, a la desbordada noche donde los cristales estuvieron de frente al cauce de los ríos, y el silencio agujereó a la voz.
¿Qué mujer es que busca Citlally conocer, darnos connotativamente a conocer -a lo largo de toda su obra de estas dos primeras décadas del siglo XXI- como si fuera un ave que va rápido sobre las montañas haciendo un escrutinio de lo que ve?
Quizás la respuesta provenga de un soliloquio-diálogo de claves a descifrar en su obra y, muchas preguntas a hacerse, repetitivamente, sobre su ideal/mujer o su ideal/personalidad que van dejando sus huellas, sus infinitos horizontes cromáticos, su evocación desde la voluntad y el deseo para subvertir lo circular y a la autonomía propia.
Así, lo que expresa desde el pincel, desde la paleta, desde la plumilla, desde la puntilla sobre telas, cartulina o papel es, siempre, de dos vías: un acto autoafirmativo de Citlally y, un acto autodefinitorio de la otra; de esa otra invitada que no se deja domesticar ni anular, que se redime, que se libera, que habla, que se dice a sí misma ser «algo más» que un nombre, que trae en sus cabellos la majestad de la aureolada luz porque es, sin dudas, la materia misma que entrelaza a la luna y a la noche, al vientre y a los senos para urdir la veneración al útero nuestro/materno.