Mis abuelos

Mis abuelos

De las múltiples relaciones humanas, la experiencia de la relación amorosa es quizás la que más se aproxima a la autenticidad. Vivimos en un mundo repleto de las contingencias de lo inmediato sin perspectiva histórica, donde prima la pérdida de la individualidad por la enajenación del sujeto por la razón instrumentalizada de la sociedad.

¿Cuántas instancias no hay de esa razón instrumentalizada? Se debe estar alegre porque es Navidad; hay que repetir irreflexivamente la última opinión del comentarista favorito porque hay que tener una opinión; hay que apoyar a éste o aquel político porque es el que te conviene en particular; hay que vestir así, tener aquello, codearse con la gente “importante” para mantener el status social. Cada quien en el contacto con el otro, parece buscar algo de su particular interés, consciente o inconscientemente…

Sólo en la relación amorosa el ser humano escapa a esta compulsiva función de ser una pieza en un tablero cuyo juego no controla y la mayoría no comprende. En el amor, la individualidad auténtica emerge y se expresa, no importa raza, época, cultura o lengua, siempre en forma sublime.

Mi abuelo, Fernando Arturo Pellerano Amechazurra, conoció a mi abuela, Germaine Rocour,  en una travesía en barco de Amberes (Bélgica) a New York a principios del siglo pasado.

Él venía de regreso a Santo Domingo luego de concluir su misión como Cónsul en Amberes; ella iba a New York, como miles de emigrantes europeos de entonces, en busca de la libertad y realización personal que prometía el sueño americano. Acabando de vivir en París, como enfermera voluntaria de la Cruz Roja, los horrores de la Primera Gran Guerra, buscaba una nueva esperanza. 

Se enamoraron, me imagino, entre miradas furtivas y en la lengua de Rimbaud y Baudelaire en noches del Atlántico. Él, hijo de un bardo que apodaban Byron, por demás contable, ella una joven de carácter independiente, como indica su decisión de dejar la seguridad de la casa paterna en Lieja. Casaron, procrearon a mi padre Federico y a mi tía Mónica. Fundaron la Escuela Moderna, expresión de las ideas vanguardistas de la educación europea. El contable, diplomático y poeta debió haber cortejado muy bien a la hermosa belga para que dejara New York por Santo Domingo.

He aquí la expresión sublime del amor en estos versos que Fernando dedicó a su Germaine, titulados “A mi Esposa”:

 

“Brilla en tu cara la Primavera

como encerrada en cristal de roca.

Rumor de besos hay en tu boca;

luces del alba en tu cabellera.

 

Cuando caminas, suave y ligera,

gentil princesa tu cuerpo evoca,

de pie menudo que el césped toca

y que Versalles antaño viera.

 

A todos place tu aristocracia,

tu fácil gesto, tu dulce gracia

el leve ritmo que en ti se anida:

 

música leda de lo Infinito

que hasta ti viene y como un mito

en tus pupilas surge y culmina!”

 

Brisa de aire fresco del pasado que por un instante promete rescatarnos del naufragio del presente.

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