Mis bandidos favoritos

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Vengo de leer un buen artículo del distinguido Andrés L. Mateo publicado ayer jueves en esta misma página con el título “Las cuentas de mi rosario”, en el que acertadamente se pregunta “qué puede valer un puñado de pensamientos, una propuesta de regeneración social, un libro magistral, una lírica lección de la historia, un poema a secas; frente a un modelo del pragmatismo político, un senador, un diputado, un ministro, un militante destacado”.

 Tras ponderar los méritos de Espaillat, Pedro Henríquez Ureña y Bosch, y compararlos irónicamente con políticos del PLD y del PRSC quienes según él “de la nada se han transformado en grandes señores”, el doctor Mateo arriba a la triste conclusión de que “la sociedad dominicana que hoy vivimos es un mundo en el cual el pensamiento es finalmente inútil”.

Puede que el doctor Mateo ande cerca de la verdad. Pero si así fuera, es una pena que su ejercicio de explicación del pobre estado del ánimo social dominicano deje fuera de su análisis a los políticos del PRD o aquellos otros que no son peledeístas o de cualquiera de los desprendimientos del balaguerismo.

Porque si resulta fácil y cómodo ridiculizar a un presidente del Senado que anda en un automóvil digno de un lord inglés, ¿no sería de justicia comparar su conducta completa, incluida su estimación de arrogancia, con las actuaciones públicas de su contraparte del PRD, entre cuyos atributos está plagiar artículos de la prensa chilena para publicarlos aquí como propios o escurrir el bulto de una situación judicial que envuelve la ley de cheques?

 ¿Y si resulta útil proponer como paradigma de eficacia política, y como consecuencia de ello su alegado enriquecimiento, al actual ministro de Obras Públicas, por qué no fortalecer su argumento señalando el boato y ostentación de su antecesor, cuya villa en La Romana deslumbra hasta a las propias estrellas?

 La cuestión es que el maniqueísmo político de varios de los mejores articulistas criollos infecta su razonamiento y desmerita sus conclusiones; aun cuando anden por el vecindario de la verdad terminan en un callejón sin salida: no puede ser que todos los malos estén de un solo lado ni que del lado del que escribe estén todos los buenos. Muchos de los más severos críticos del gobierno, cuyo trabajo admiro y estimo imprescindible, serían más creíbles si al “conceptualizar” –¡ah, verbillo molestoso!- fueran más imparciales.

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