Mis Buenos Días
La utopía necesaria

<p><strong>Mis Buenos Días<br/></strong>La utopía necesaria</p>

POR RAFAEL MOLINA MORILLO
Sé que es una utopía pretender borrar del todo la inmoralidad en los medios de comunicación, en la escuela, en los hogares. Para algunos, la utopía  es sinónimo de ilusión inalcanzable, de sueño divorciado de la realidad. Quienes así piensan, creen que las utopías no son más que refugios de la imaginación y de la impotencia, refugios que enajenan e inactivan porque llenan la mente y la voluntad con el contraste brutal entre las limitaciones del ser humano y las cumbres empinadas de lo imposible, lo irrealizable y lo irracional.

Pero la utopía de la ética se puede mirar también bajo otra luz y con otros ojos. Con los ojos de Tomás Moro, por ejemplo, cuando imaginó un espacio para la tolerancia, considerada como uno de los cimientos de una sociedad ideal a la que llamó, precisamente, Utopía. Según su etimología esta palabra equivale a una ciudad que no existe porque, agrego yo, tiene que ser construida.

La utopía, al inspirar el cambio, induce una rebelión contra lo existente y muestra que lo real no está completo si no abarca lo posible: que el conocimiento no se limita a lo que muestran las luces de la razón porque existen, además, los horizontes anchos que revela la imaginación.

Recordemos si no a Colón, no olvidemos a Pasteur, tengamos presente a Von Braun, mirados al principio como imaginativos y soñadores y consagrados después como los gigantes que impidieron que la humanidad se inmovilizara, hundida en el fondo de sus aguas el ancla de la razón. La utopía es esa vela poderosa que inflaman los vientos de la imaginación.

La utopía ética grita en la conciencia que lo que se está haciendo es bueno, pero que puede ser mejor; no deja olvidar que hay otras formas más exigentes de hacer lo que siempre se ha hecho. Resistirse a la utopía de lo ético es dar por sabido que todo se seguirá haciendo como siempre se ha hecho, porque no hay manera de mejorarlo; es aceptar, sin más, que está prohibido rebelarse contra lo mediocre, lo rutinario y lo indigno, que no se puede aspirar a la excelencia, que han alcanzado rango de virtudes la pasividad, la sumisiòn y la resignación. No olvidemos, pues, en la búsqueda de la excelencia en la educación, la importancia fundamental que tiene la moral, como enseñanza y como estilo de vida. Sin ella, de nada servirán los conocimientos, ni la ciencia, ni la cultura.
(r.molina@verizon.net.do).

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