Mis buenos días

Mis buenos días

Hablábamos ayer de la corrupción y del interesante artículo que sobre esa plaga social publicó en «La Nación» de Buenos Aires el reputado intelectual Mariano Grondona, bajo el título de «El cáncer de la corrupción no es incurable».[tend]

Cuando se dicta una ley, un decreto, una resolución o una sentencia bajo el impulso de una motivación corrupta dice el citado escritor , el responsable de esta aberración ya no piensa en el bien común al que debiera servir, sino en un bien particular, el del estrecho vínculo que conforman su familia y sus amigos. El familismo y el amiguismo son los falsos dioses, los ídolos de la corrupción.

Basta con lo dicho para advertir la grave enfermedad que aqueja a muchos Estados latinoamericanos. Si la corrupción se asienta y se expande, vamos camino a la disolución. En las listas de organismos internacionales, nuestros pueblos están en los últimos lugares del planeta en materia de corrupción. No es casual que esas listas incluyan entre los países menos corruptos a los desarrollados y entre los más corruptos a los subdesarrollados. Los países desarrollados han llegado a serlo precisamente porque erradicaron el estado de corrupción que sigue vigente en los países subdesarrollados.

Tampoco es casual que el único país sudamericano que figura bien arriba entre los países no corruptos sea Chile, la única nación de nuestro subcontinente que, según los analistas económicos, marcha con buen paso por la senda del desarrollo económico y social.

El estado de corrupción, afirma Grondona, es un cáncer difundido por el cuerpo del Estado, al que priva de la capacidad de tomar decisiones desinteresadas y racionales en dirección del desarrollo. Pero hoy también sabemos concluye que el cáncer, atajado a tiempo, puede curarse.

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