Hoy 
RAFAEL MOLINA MORILLO
Cuando veo las fotografías del presidente Fernández y el ex presidente Mejía confundidos en un efusivo abrazo y exhibiendo sendas sonrisas de oreja a oreja, prácticamente muertos de la risa, me sumerjo en un mar de confusiones.
¿No eran ellos y sus seguidores quienes apenas horas antes escenificaban una feroz guerra verbal salpicada de nada elegantes epítetos? ¿Se olvidaron tan pronto las fuertes expresiones acusatorias que, cual saetas voladoras, zumbaban de un lado a otro frente a nuestros atónitos oídos?
La primera impresión que dan esos abrazos rompecostillas es que sus protagonistas no están siendo sinceros cuando se saludan con tanto entusiasmo. Y si acaso son realmente sinceros, entonces hay que concluir que sus intercambios de improperios no son más que puro teatro. Porque la gente ordinaria no puede insultar y sonreir a las mismas personas al mismo tiempo.
Entonces, ¿estás en contra de la gobernabilidad? ¿No quieres que los adversarios políticos se pongan de acuerdo en beneficio del país?, me pregunta un compañero de trabajo.
Mi respuesta, sencilla: Que se den los abrazos, pero que sean sinceros, y por lo tanto que abandonen la guerra verbal de bajo nivel, de tal manera que se puedan debatir los problemas nacionales en niveles más elevados.
