Hoy 
RAFAEL MOLINA MORILLO
Con motivo de la visita al país de una misión oficial de China Popular he leído varias crónicas dando cuenta de la «política agresiva» de esa nación en busca de establecer relaciones diplomáticas con otros países, incluído el nuestro. También se mencionan los «agresivos» esfuerzos del Gobierno en su lucha contra la pobreza. De igual modo anda por ahí una publicidad que exalta la «agresiva política de préstamos» de un banco determinado.
Preocupado por el indebido uso del término «agresivo» cada vez más generalizado, recordé el comentario que al respecto hace el reconocido lingüista español Fernando Lázaro Carreter, fallecido recientemente, y acudí a su libro «El Dardo en la Palabra», cuya consulta frecuente no me avergüenzo en confesar.
Señala el sabio mencionado que el verdadero significado de «agresivo» es «ofensivo», «mortificante», «atacante», «hiriente»¼ y cita una enciclopedia que explica que la agresividad «se considera a menudo como un importante síntoma de desequilibrio e inadaptación del ser a su medio».
La distorsión viene del idioma inglés, según Lázaro Carreter, porque en el idioma de Shakespeare «aggressive» significa: «caracterizado por una gran energía, ambición o capacidad de iniciativa» y «lo que resulta de tales cualidades». Entonces resulta normal que los norteamericanos hablen elogiosamente, por ejemplo, de un «aggressive salesman», mientras que en buen español no debemos hablar de un «vendedor agresivo», porque en ese caso posiblemente nos estemos refiriendo a un vendedor capaz de atacar a puñetazos a aquel a quien quiere venderle algo.
Me atrevo a recomendar, humilde y cordialmente, a mis colegas periodistas, a los creativos de las agencias publicitarias, a los amigos locutores y comentaristas de radio y televisión¼ y a todos, que hagamos el mejor uso posible del idioma, que muy rico es, sin dejarnos influir por corrientes foráneas que nos atacan ¡agresivamente! en las raíces de nuestra propia identidad.
