Hoy 
POR RAFAEL MOLINA MORILLO
Todo el mundo habla y opina sobre qué es más conveniente, si la pena de muerte o la cadena perpetua. Se trata, desde luego, de buscar la forma de poner fin a la ola de delincuencia que ha convertido en un sueño la seguridad ciudadana.
La discusión sobre la pena capital o la privación de libertad de por vida, viene subordinada a una esperada reforma constitucional cuya materialización está todavía por verse.
Y mientras tanto, ¿qué hacemos? Mientras los políticos y los juristas y los académicos y los líderes de la sociedad civil se ponen de acuerdo en lo tocante a la Carta Magna, ¿qué hacemos? ¿Dejarnos matar uno a uno por los criminales protegidos por la impunidad?
El asunto no es tan difícil como parece. Es cierto que la Constitución necesita ser modificada en varios aspectos, pero no lo necesita tanto en cuanto a las sanciones penales para los delincuentes. Lo único que hay que hacer es en materia penal es cumplir con rigor las leyes existentes. Que cuando un culpable sea condenado a diez años de cárcel, cumpla diez años preso, no nueve, ni cinco, ni dos. Tan sencillo como eso.
El día que las leyes se cumplan a cabalidad en nuestro país, pasaremos a la categoría de los pueblos civilizados. Antes, no.
