Hoy 
RAFAEL MOLINA MORILLO
Dicen que el país está en quiebra. Que debemos que apretarnos los cinturones y aprender a vivir en austeridad. Que tenemos que endeudarnos hasta el cuello con organismos internacionales, porque de lo contrario será imposible salir del hoyo. Que necesitaremos que transcurran varios años de sacrificios para poder igualar los mismos niveles económicos y la calidad de vida que teníamos en el 2002. En fin, que nos está llevando el mismo diablo.
Sin embargo, continuamos viviendo al mismo ritmo de siempre, como si fuéramos ricos.
¿Por qué, por ejemplo, nos gastamos ocho millones de pesos en el árbol de navidad del malecón, cuando con esa cantidad de dinero se podrían mejorar sustancialmente las condiciones de uno o dos hospitales públicos?
¿Por qué regalarle una jeepeta de lujo y un rico apartamento en Malecon Center a Félix Sánchez, por muy gloria nacional que sea, en vez de ir a socorrer una de esas desvencijadas «escuelas» del Sur, donde los niños reciben clases sin techos, bajo sol y sereno?
¿Por qué estamos en aprestos para celebrar el carnaval, en los cuales se invertirá un dinero del erario que igual podría emplearse en mejorar y asear cualquiera de nuestras cárceles públicas, merecidamente llamadas «los infiernos en la Tierra»?
¿Por qué se persiste en la idea de construir un sistema subterráneo de transporte a un costo de 35 millones de dólares el kilómetro, por un total de 500 millones de dólares, en vez de resolver de una vez por todas el problema energético nacional?
Faltan muchos «por qués», y los iré aireando a medida que los recuerde o que ustedes, amables lectores, me ayuden a recordarlos. Lo cierto es que cualquiera diría que nacimos para ser ricos, pero no lo somos.
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