RAFAEL MOLINA MORILLO
Entiendo que hizo bien la Policía Nacional permanecer pasiva frente a la afrenta pública de aquellos descarriados que osaron cubrir con la Bandera nacional el féretro de un delincuente.

He escuchado y leído opiniones opuestas. Se aduce que bajo ningún concepto podía quedar impune un acto tan bochornoso, que la autoridad debió imponerse rescatando el pabellón patrio a cualquier costo, que no se puede transigir con los antisociales.

Todo eso es verdad, pero ¿se imaginan ustedes la refriega que se hubiera desatado si se hubiese intentado detener ese entierro infiltrado a todas luces por bandas presumiblemente armadas y claramente enardecidas? De haber ocurrido así, todavía hoy estuviéramos contando los muertos y heridos, aparte del estado de desasosiego seguramente producido.

No estoy insinuando que nos resignemos y nos rindamos ante el crimen y la alteración de la ley. Por el contrario, pienso, como también lo han expresado las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional, que es necesario impedir la ocurrencia de actos como el que comentamos. ¿Cómo? No lo sé, eso es tarea para toda la sociedad. Pero aparte de las medidas que los cuerpos llamados a mantener el orden social puedan adoptar para lograr esos fines, estoy convencido de que es impostergable realizar masivas campañas moralizadoras, para que los principios éticos fundamentales no perezcan del todo en nuestro suelo.

Ya lo he dicho otras veces: nos concentramos en discutir sobre la crisis económica y la crisis política, y nos olvidamos de la crisis moral. Sin resolver ésta, jamás podremos encontrar soluciones para aquellas.