RAFAEL MOLINA MORILLO
La tragedia del tsunami (ola grande, en japonés), que cubrió de muerte y destrucción vastas extensiones de costas bañadas por el Océano Índico, ha despertado el interés de la gente por conocer más acerca de la fuerza de la Naturaleza.

Cualquier hijo de vecino sabe, a estas alturas, que estos fenómenos llamados tsunamis se originan cuando, en el fondo de los mares, se mueven y chocan entre sí las placas tectónicas, lo que puede ocurrir en cualquier momento¼ y en cualquier océano.

Los dominicanos estamos aparentemente muy despreocupados, ignorando u olvidando que muy cerca de nosotros está la famosa “fosa de Milwaukee” o “fosa de Puerto Rico”, la parte más profunda de todo el Océano Atlántico, una grieta en el fondo del mar que podría tragarse, en determinadas circunstancias, a toda la Isla del Encanto y buen pedazo de la isla de Santo Domingo.

Esta fosa, cuyas placas tectónicas crearon el pequeño tsunami que en 1946 destruyó el poblado de Matanzas, en el Nordeste de la República, tiene una profundidad de ocho kilómetros y medio, o sea tres veces la altura del Pico Duarte. Reconocidos geólogos piensan que el riesgo que corren Puerto Rico, algunas Antillas Menores y la República Dominicana, es enorme, aunque la catástrofe de un tsunami de grandes proporciones no se puede predecir: puede ser mañana, dentro de un millón de años¼ o nunca.

Por lo menos, ya estamos avisados.