RAFAEL MOLINA MORILLO
El presidente Fernández cambió la ruta y en vez de meter en su maleta la ropa formal que requería su anunciada visita a Nueva York y Chicago, se vistió con jeans y camisa arremangada para participar personalmente en las tareas de inspección, auxilio y soluciones que requieren el Este y el Nordeste del país, tras el paso del huracán Jeannie.
Fue una toma de decisión rápida y bien pensada. Si bien eran importantes los asuntos que llevarían al Presidente a los lugares indicados arriba, más graves fueron las razones que lo retuvieron aquí. El discurso que iba a pronunciar ante la Asamblea de las Naciones Unidas lo puede leer el Jefe de la Misión Dominicana ante dicho organismo, pero las ejecutorias demandadas por los daños del ciclón van a ser definitivamente más efectivas con la presencia presidencial. Lo mismo sucede con el acuerdo de asistencia policial que iba a ser suscrito: puede esperar.
Quizás sea bueno también que el presidente Fernández, después de haber visto y evaluado por sí mismo la magnitud de la catástrofe natural que tan duramente nos ha golpeado, dirija la palabra a la Nación para reconfortarla y compartir con ella las acciones reparadoras que merecen las víctimas del meteoro.
Este no es un momento de sacar a flote diferencias políticas. Estamos frente a un problema de todos, a una tragedia de todos. A todos, pues, nos toca aunar voluntades para reponernos cuanto antes de la pesadilla y retomar la senda que nos habrá de conducir a la salida de las crisis que venimos afrontando.
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