RAFAEL MOLINA MORILLO
La corrupción y la impunidad son dos hermanitas inseparables. La impunidad, de por sí, es un acto de corrupción. Y ésta, la corrupción, necesita de la impunidad para seguir adelante.
Por eso, la marcha del sábado pasado de centenares de ciudadanos en protesta por el auge de ambas lacras sociales en el país, hay que evaluarla como un punto de partida para purificarnos, pero no solo con palabras bonitas, sino acompañando nuestros propósitos con la acción decidida y desembozada.
Cada dominicano serio que, de veras, aspire a dejar a sus hijos y nietos una nación digna de vivirse y amarse, tiene que enrolarse en esta campaña. Su arma es la denuncia, sin caer en el chisme, pero con responsabilidad y valentía. A los corruptos hay que señalarlos y a la justicia hay que pincharla, para que la impunidad no vaya siempre en auxilio de su hermanita la corrupción.
Y al gobierno, a las máximas autoridades que encabezan los Poderes del Estado, les corresponde dar los primeros pasos. Ellos deben exigir a sus subalternos la mayor pulcritud en el desempeño de sus funciones, y éstos, en cascada, deben hacer lo mismo hacia abajo. Pero, como decía Hostos, hay que predicar con el ejemplo.
¡Bravo! por la marcha del sábado. Todavía hay esperanzas. A todos nos corresponde, a partir de ahora, no dejar apagar la chispa.
(r.molina @ codetel.net.do).