POR RAFAEL MOLINA MORILLO
Cuando somos jóvenes, estamos convencidos de que la vida será mejor después que nos casemos y tengamos un hijo, y luego otro. Después, nos desespermos porque los niños todaví son muy bebecitos y quisiéramos verlos ya convertidos en hombrecitos y mujercitas. Pero luego nos frustra el tener que lidiar con esa edad difícil de la adolescencia, de los “teenagers”. Ciertamente, seremos felices cuando los hijos pasen esa etapa.

Pensamos también que disfrutaremos de la felicidad completa cuando hayamos terminado de pagar la casa y cambiemos el automóvil, y hasta cuando nos hayamos retirado.

El caso es que siempre estamos buscando nuevas condiciones y posponiendo para después el anhelado encuentro con la felicidad, sin darnos cuenta de que no hay mejor momento para ser feliz que ahora mismo. Si no es ahora, ¿cuándo?

La vida estará siempre llena de desafíos. Lo mejor es admitir esta verdad y decidir ser felices de cualquier manera. Siempre surgirá un obstáculo qué vencer en el camino, siempre habrá una tarea por terminar, una deuda por pagar, un servicio que ofrecer. Si pensamos que hasta que no lo resolvamos todo eso no podemos comenzar a “vivir”, estamos muy, pero muy equivocados.

Esto nos lleva a descubrir que no hay un camino hacia la felicidad… sino que la felicidad es el camino. Valoremos cada momento de la vida y compartámoslo con los seres queridos. Recordemos que el tiempo no espera, los momentos se van y no vuelven jamás.

Abandonemos, pues, esa actitud de estar esperando a terminar la universidad, a perder unas cuantas libras, o a ganarlas, a tener hijos, a verlos graudados, a que nos casemos o nos divorciemos, a que empiece el próximo año, a que cambie el gobierno, a que patatín o a que patatán.. porque en eso podría llegar la muerte y entonces será demasiado tarde.

No hay mejor momento para decidir ser felices que ahora mismo. La felicidad es el trayecto de un viaje, no su punto de destino.
(r.molina@verizon.net.do).