Mis Buenos Días
Reflexiones ante la muerte de mister Tibbets

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RAFAEL MOLINA MORILLO
Ha muerto Paul Tibbets. ¿Y quién fue ese? Este anciano de 92 años de edad fue, nada más y nada menos, el piloto del avión que dejó caer sobre el pueblo japonés de Hiroshima la primera bomba atómica, aquel fatídico día 6 de agosto de 1945, cuando eran exactamente las 8 horas, 15 minutos y 17 segundos.

Más de 765 mil personas murieron en una fracción de segundo y los heridos fueron 163,293.

En aquel momento,  el copiloto, capitán Robert Lewis exclamó horrorizado: “¿Qué hemos hecho, Dios mío?” En cambio el comandante Tibbets, aseguró durante toda su vida que estaba satisfecho con lo que hizo: “Cuando se está peleando una guerra –afirmaba-, para ganarla se deben usar todos los medios que están a nuestro alcance.”

En la cabina del bombardero convivieron aquel día, como vemos, dos percepciones éticas tan distantes como las que constantemente se debaten en cualquier  circunstancia en que hay dos o más personas, y de esa realidad no se excluye, por ejemplo, la redacción de cualquier periódico o noticiero. ¿Qué está bien publicar o divulgar, y qué no está bien publicar o divulgar? El comandante Tibbets se apoyó en la naturaleza de la guerra y en la obligación de ganarla a cualquier costo; para él, lo correcto era poner fin a la guerra y salvar a la Humanidad, sin fijarse en el alto precio de vidas humanas que había que pagar.

Pero este no fue el pensamiento de hombres como el capitán Lewis, el otro tripulante del avión que, olvidado de la guerra, concentró su pensamiento y su sensibilidad en las víctimas; como él, aunque muchos no lo crean, hay periodistas capaces de intuir las posibilidades de bien o de mal que abre una noticia determinada, y la evitan o manejan con mucho cuidado.

Consantemente la sociedad está ante el desafío de poder diferenciar a un periodista ético de otro periodista no ético.

Para decirlo poéticamente, con lo ético sucede lo mismo  que con los atardeceres en el mar. Todos ven el mismo fenómeno de la progresiva desaparición de la luz y de la creciente invasión de las sombras, pero cada uno lo siente de manera distinta, según su sensibilidad y sus circunstancias. Lo que cuenta es que cada quien actúe conforme a lo que cree justo y verdadero en el fondo de su corazón, sin mentirse a sí mismo ni engañar concientemente a los demás.

(r.molina@codetel.net.do)

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