Mis carros pequeños y viejos

Mis carros pequeños y viejos

Desde que abandoné la condición de peatón, mis automóviles han sido pequeños y de escasos cilindros.

Uno de ellos era de tan poco peso, que cuando transitaba por la avenida George Washington, la brisa marina lo empujaba hacia un lado, con el consiguiente susto del conductor.

Y algunos los he comprado tan añejados, que las piezas de repuesto han comenzado a escasear antes de que el vehículo agote su vida útil.

Uno de mis escasos alardes de vanidad consiste en afirmar que me duran mucho las mujeres y los carros.

Prueba fehaciente de ello es que llevo treinta y nueve años de unión belicosamente estable con mi aguerrida esposa Yvelisse, y que mi automóvil Daewoo cumplirá quince años dentro de tres meses.

Porque buenos maridos y mecánicos conservan en excelente estado a las mujeres y a los vehículos.

Pero  como el  hombre dominicano es presumido y parejero, algunos  cambian la mujer y el carro desde que los acarician  brisas de bonanza económica.

Cuando siendo diputada mi jefa conyugal adquirió un carro confortable con las dos exoneraciones que le correspondían, un colega me dijo que resultaba inadmisible la diferencia entre aquel vehículo y el de mi propiedad, una especie de anciano sietemesino metálico.

Argumentó que mi esposa debió adquirir uno menos costoso, y darme dinero para  que, después de vender el mío, se completara la suma requerida para un automóvil mejor que el que a duras penas me trasladaba de un lugar hacia otro.

Una mañana en que puse la reversa para salir de la marquesina de casa, se le montó un cambio al vehículo, que salió disparado, chocando contra el contenedor de basura de la residencia del frente.

Como consecuencia del impacto, el baúl se levantó, y tuve que recorrer el trayecto hacia el taller de desabolladura y pintura muy lentamente, porque no tenía visión desde el espejo retrovisor interno.

Hace unos meses un jovenzuelo, doblando en vía contraria, estuvo a punto de chocar mi automóvil, y sonriendo burlonamente me gritó:

– Mario Emilio, ese carro no corresponde a un periodista y escritor de su talla.

No me dio tiempo para señalarle que escritores ilustres, de todas las latitudes, habían muerto pobres, y sin el reconocimiento de sus contemporáneos.

Debido a mi añeja modestia, aspiro a que el Daewoo dure unos años más, y que su propietario le sobreviva, para que tenga la oportunidad de donarlo a un museo de autos.

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