Mis experiencias en las aulas (I)

Mis experiencias en las aulas (I)

He sido profesor durante toda mi vida. Quiero decir que, desde el momento en que aprobé el bachillerato, tenía la edad, aunque yo mismo no podía decir si en mí se daban las necesarias facultades para el inicio de la carrera.

Una mañana me encontré con el doctor Rogelio Lamarche Soto, médico y docente, director de la Escuela Normal de Varones (educación secundaria) y me solicitó que lo visitara en la dirección de dicha escuela (febrero del 1952). Y allí él mismo me instaló en la docencia de Lengua Española.

Fui profesor de esa materia en dos universidades: Autónoma de Santo Domingo (UASD) y O & M (Organización y Método).

En ambos enseñé Lengua  Española. Además tuve a mi cargo una materia denominada Español Superior, al momento de la apertura de la Escuela de Sociología, de la UASD; Español para periodistas; Lengua Española en el preparatorio de Medicina; en el Centro Universitario de Estudios Generales (CUEG) y en el Colegio Universitario (CU). Además de otras disciplinas en la Escuela de Periodismo (UASD).

Todas estas labores fueron principalmente en tandas de la tarde y de la noche. A parte de una Lengua Española, que dictaba sábado en la mañana para maestros.  Para la O & M ocupaba tandas del atardecer hasta las nueve y treinta de la noche (9:30 P. M.).

No me arrepiento de haber hecho mi existencia laboral dentro del magisterio ni de las tantas travesuras que se me presentaron a lo largo de más de cincuenta años. Antes al contrario, me encuentro satisfecho y a veces me siento orgulloso. Me halaga el ejercicio del magisterio con igual satisfacción, cuando dicto una clase, participo en alguna tertulia, presento la circulación de un libro o  comparezco ante la radio o la televisión.

El relato que sigue, es lo que esta vez me tienta a comentarles.

Sucedió en una de las aulas de la Universidad O & M. Una tanda entre 8:30 y 9:30 P. M.

Hacia la pared del fondo, directamente en la línea central hasta el escritorio del docente, se sentaba una joven estudiante que, aparentemente era circuida, la adalid de un grupo de cinco estudiantes que allí se concentraban. Solamente una mujer, la señorita mencionada, dentro de ese núcleo.

Al cabo de varias jornadas semanales, tuve la convicción de que la joven era utilizada como frente para comenzar las perturbaciones en el aula. Yo seguía con mi estilo de docente, entusiasmado con mi labor y me hacía que nada estaba sucediendo.

También se sucedieron los días. Y ya las provocaciones subían de tono. Aguardé la oportunidad y planteé la situación. No sabía –ni sé aun- el nombre de ninguno del quinteto. Pero señalé a la joven sobresaliente y me referí a las normas de disciplina escolar y a las medidas que puede adoptar un centro de enseñanza superior.

Se aproximaba la hora del receso y, cuando sonó el timbre, me puse de pie para aguardar el momento en que se deshiciera el entaponamiento que se forma a cada cambio de clases y a la hora de la despedida.

En lo que esto se cumplía dirigí la mirada hacia otro lugar del aula y ¡Oh, sorpresa! me aguardaba, recostada en el escritorio, la estudiante ejecutora de las provocaciones. Cuando me hube sentado, me dijo:

– Profesor, yo quiero que usted me diga porque se dirigió a mí, especialmente, cuando en el aula somos unos cuarenta y cinco alumnos.

Le respondí lo siguiente:

– Somos cuarenta y seis, porque yo estoy aquí para algo. También yo cuento. Tengo retenido en mi mente que ese grupo de su rectorado son solamente cinco, usted es la única dama, difícil de olvidar, difícil de confundir. Tengo para mí que usted es una persona inteligente, activa y que pueda dar mucho en su carrera. Pero usted no sabe hasta dónde, como maestro y como padre, esas ocurrencias e informalidades en plena labor de enseñanza a nivel de universidad pueden afectar a todos sí las cosas pasan a alboroto.

Eso pienso y espero lo mejor de usted.

Al día siguiente la encontré sentada en un pupitre de la primera fila, cerca del escritorio. Y allí hasta el final del período académico.

No la recuerdo físicamente, nunca supe su nombre, ni de los aliados en aquellos trances. Pero recuerdo las incidencias que culminaron de manera satisfactoria.

Publicaciones Relacionadas