Mis fieles aliados en el ejercicio de la abogacía

Mis fieles aliados en el ejercicio de la abogacía

Hasta donde me es dable, como filosofía de vida cada día he intentado conocer mis limitaciones que son muchas y disímiles en procura de ser un humano cada vez memos defectuoso. Para ello me he abrazado con unción a una frase breve pero que encierra mucha enjundia del Nobel de Literatura José Saramago, que reza: “déjate llevar del niño que fuiste”.

En el ejercicio de la abogacía he contado sin resquicio con aliados que no hablan pero se hacen sentir y simbólicamente, con su solidaridad y compañía silente, siempre me han dado testimonio sin reservas de incondicional amistad e irrestricto apoyo. A ellos mi gratitud imperecedera. Aquí les van:

1) La vocación. Nací para abogado. En el subconsciente me late que en cualquier otra profesión u oficio mi fracaso rotundo estaría garantizado. Gracias a ella (la vocación), el ejercicio de la profesión nunca me produce hastío ni tedio. Muy por el contrario, siempre constituye para mi placidez en grado extremo, recogida en el sabio decir “el que hace lo que le gusta y por demás le pagan, nunca trabaja”.

2) Los libros. Alguien dijo que: “la lectura de un libro es un diálogo incesante entre el libro que habla y el alma que contesta. Ellos no han cejado en darme seguridad en el conocimiento sin esperar nada a cambio. Aunque parezca una inmodestia, salvando la distancia, en eso me asimilo al irrepetible y mi venerado Borges, Jorge Luis, quien pese a su ceguera expresara “… en lo que a mi se refiere, soy incapaz de imaginar un mundo sin Libros”.

3) La toga y el birrete. Tenemos 37 años tratándonos, tiempo que llevo en el ejercicio de la abogacía.

 En todo ese espacio de tiempo como se dice en términos coloquiales “no hemos tenido ni un sí, ni un no”. Nunca los he cambiado.

Como una manera de gratificarlos por su generosidad para conmigo, me he limitado a “zurcirlos”.

Su permanencia me da fortaleza. Son parte de mí. Compañeros de faena en las buenas y en las malas, sobre todo en los momentos de incertidumbre, cuando no avizoro por dónde viene la decisión del juez.

No sé si por asunto de “cábala”, pero percibo que esa permanencia me transmite energía positiva que me arrima suerte y buenas nuevas.

4) Mi maletín. En el trajinar cotidiano de la abogacía ha sido mi alter ego. Somos entrañables e inseparables amigos. Lo apodo cariñosamente “Mi Negrito”. Conmigo dócil y silencioso.

Consciente de lo útil y necesario que es en mi vida profesional, sé cuidarlo de no extraviarse. Aunque no habla, tenemos nuestra manera de comunicar. Siento que me insufla vitalidad en el desempeño profesional e intuyo que se regocija con mis logros.

Lo compré en un viaje fugaz a Nueva York, hace unos años, pero lo puse en conocimiento de que la pelea la echaríamos en otro país muy querido por mí, que se llama República Dominicana, y aquí estamos juntos dando la pelea, apoyándonos el uno al otro.

¡A todos ellos, por su condescendencia desinteresada, gracias desde lo más profundo de mi corazón y de mi alma!

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