Miscelánea de violaciones a la ley de tránsito

Miscelánea de violaciones a la ley de tránsito

DIÓGENES CÉSPEDES
He escuchado quejarse amargamente del desorden del tránsito a compatriotas que viven en países capitalistas extranjeros altamente desarrollados, los cuales, cuando alquilan algún auto maldicen a más no poder y expresan su deseo de que esta isla hubiese quedado en una zona geográfica templada.

Con sus cuatro estaciones diferenciadas, dicen, ningún ejército de vendedores podría apoderarse en otoño o invierno de las intersecciones de las grandes avenidas y obstruir el tránsito para ofrecer en venta celulares, estuches de celulares, cachorros recién nacidos, periódicos, piñonates, frutas, aguacates, pedazos de bambú raspado, flores, caña pelada, palmito, tarjetas de celulares prepagadas, libros, revistas, botellitas de agua posiblemente contaminadas, helados en palito, queso en hoja y cuantos adminículos se le antoja a esos chiriperos informales entre  los cuales, por supuesto, debe haber por turno dos o tres calieses o confidentes para enterarse del movimiento de la ciudad.

Todos ocupan la calle, poniendo muchas veces en peligro su propia vida y desgraciando la ajena en caso de accidente. No hay autoridad que imponga la ley, pues desde la caída de la dictadura una piedad de izquierdas y de derechas decretó que ese ejército de vendedores, al igual que los chóferes públicos, son pobres y sufridos padres de familia que tienen derecho de apropiarse de los espacios públicos en procura del pan de su familia.

 Naturalmente, les respondo a tan eminentes viajeros que el problema no está en el clima templado. Perfectamente pudiera estar esta isla en semejante radio climático, como los países del Cono Sur u otros afortunados en donde no hace ni frío ni calor y ocurre lo mismo en sus calles, aunque un poco más institucionalizado.

De lo que se trata es de países que los imperios, con su política etnocéntrica, bautizaron despectivamente como subdesarrollados. O sea, que no alcanzaron el régimen de acumulación primitiva que le permitió a esos imperios llegar al capitalismo del siglo XIX que creó el Estado nacional. Como las riquezas de esos países llamados subdesarrollados por los etnocentristas fueron a parar, mediante la explotación, la violencia y la coacción, a las arcas de los países industrializados, los de América Latina, África y una parte de Asia se quedaron en un estado de progeria económica, educativa y cultural, de la cual les será difícil salir. Sus instituciones, calcadas a imagen y semejante de los países capitalistas de gran tecnología, no han pasado de ser caricaturas de aquellos Estados nacionales.

Son, pues, esos llamados países subdesarrollados, política e institucionalmente provincias pre-modernas, sufragáneas de las grandes potencias, a pesar de que existe, en cada país «subdesarrollado» una élite compuesta por menos del uno por ciento de la población, poseedora del 80 al 90 por ciento de todas las riquezas de cada país y es esa élite la que se moderniza como si fuera una satrapía del modelo de desarrollo económico que llaman hoy global. Con esa élite es que las naciones altamente desarrolladas negocian y a la cual reconocen como «el país». Los info-pobres y  la pequeña burguesía no cuentan para el modelo global ni para la élite de cada país. Los pobres y la pequeña burguesía les son un estorbo. Son improductivos y no se puede invertir en ellos ni en las instituciones que usan: escuelas públicas, universidades, cultura, etc. Lo que Marx llamaba trabajo improductivo en el capitalismo, ahora la élite se lo aplica a los pobres y a la clase media.

Por esta razón es inútil que articulistas y lectores se quejen, demanden, pidan, exijan que se arregle el desorden del tránsito, que se reparen las calles llenas de hoyos, los puentes peligrosos, los centros comunales, deportivos, culturales y de recreación, que se le ponga coto a la criminalidad: asesinatos, asaltos, robos, atracos. No, hombre, en eso no vale la pena invertir, eso no se ve y no significa votos en unas elecciones. Para eso tiene la élite el apoyo irrestricto de los poderes fácticos, los cuales se reúnen una noche en Casa de Campo o en Punta Cana y se decide el ganador. A los pobres y a la clase media les encarrilan los medios de comunicación y las publicitarias encargadas de la cosmética electoral.

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