Miseria humana

Miseria humana

PEDRO GIL ITURBIDES
Acababa de leerse aquella porción del capítulo 26 del Evangelio conocida como “la pasión según San Mateo”, cuando el oficiante comenzó sus comentarios. Señaló que no deseaba ser prolijo. La Iglesia, dijo al comprendernos en el término, debía abocarse a la reflexión a propósito de la lectura del texto del antiguo recaudador de impuestos. Sin embargo, deseaba resaltar más que el sufrimiento de Jesús hecho hombre, aspectos de la miseria humana reflejados en el escrito evangélico.

La voz del párroco del templo consagrado a María como Nuestra Señora de la Paz, tronó entonces para aclarar que a la miseria a que aludía era aquella que nos arropa el carácter. Judas entrega a Jesús a cambio de unas monedas que motivarán un arrepentimiento mortal. Los discípulos lo dejarán solo, y cuantos lo acompañan al Sanedrín temen ser identificados como sus amigos. Pedro lo negará, pese a lo enfático de su pronunciamiento de adhesión.

Sin duda existe una miseria material. Sobreviene a condenados por el infortunio, olvidados de la suerte, preteridos de sí mismos por su comportamiento, o por el triunfo de la injusticia social. Millones de seres humanos son parte de las legiones de miserables que despiertan sin un mendrugo de pan y se acuestan sin medrar en la esperanza. En esa variopinta mezcla humana, empero, puede hallarse sin dificultad al que por su formación y sentido del honor individual, puede llamarse íntegro.

En todos los niveles y grupos de la sociedad aparecen las personas de conducta ética. Es gente apegada a principios morales, capaz de modos ennoblecedores de la raza. Por doquier, sin embargo, resalta quien pretende que ha sobrevivido gracias a la doblez del carácter, a la hipocresía y a la deshonestidad. En algunas épocas, como la presente, éstos son mayoría. Porque en tiempos como los que transcurren, el éxito se asegura a la deshonestidad.

El oficiante recordó que la clerecía no está exenta de pecados. Hombres y mujeres tentados por el mundo, sonsacados por la carne, componen las huestes que claman al Señor. Y con tono sutil pero elocuente recordó los casos de aquellos que obligados más que nadie a dar testimonio de su fe por su vida, son causa de escándalo.

Esa misma miserable doblez surge en muchos otros aspectos de la vida humana. En la política, por la preeminencia que alcanzan los que ejercen funciones vinculadas a ella, la falsía es aún más amarga y defraudadora. Porque ello determina frustraciones colectivas y amarguras malsanas para el cuerpo social. Pero de esa miseria que fue tema del sermón del Domingo de Ramos en una de las misas del día, padece toda la comunidad nacional.

Lástima grande que tampoco abrevamos en el escrúpulo para llorar como lo hizo el apóstol fundador. El celebrante recordó, en efecto, que al cantar el gallo, Pedro recordó las palabras de Jesús. ¡Qué intensa vergüenza lo embargó entonces! Salió entonces arrepentido, tocado de profundo pesar, aunque dispuesto a probar que su promesa de fidelidad era la propia de un hombre de bien. Esta embarazosa reprobación personal es lo que falta en las generaciones de nuestros tiempos.

Por eso, quizá, los niveles de miseria conductual son tan grandes y revelan tan altos grados de` degradación.

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