Miseria y abundancia

Miseria y abundancia

La política es una actividad que se ejerce de modo parecido desde los tiempos bíblicos; en todos los países, en todas las épocas, hubo gobernantes y gobernados. Unos mandan, otros obedecen. Faraones, reyes, emperadores, sultanes, presidentes, cada uno a su manera, han mantenido cortes, favoritos, privilegios o exclusiones. No existe un solo lugar de la tierra donde no haya injusticias y abusos. Lentamente, tras muchas luchas y forcejeos sociales, algunos pueblos arriban a situaciones políticas tolerables para la mayoría. Entre los inventos culturales más importantes para amortiguar la injusticia están: los parlamentos, los tribunales, las elecciones periódicas, la separación de los poderes.

En Inglaterra, la Cámara de los Comunes surgió como institución de contrapeso de la Cámara de los Lores. Ambas Cámaras son productos “segregados” por la historia de dicho país. Cada sociedad tiene sus particularidades; los franceses son distintos de los españoles; los alemanes no se parecen a los italianos. Las formas de gobierno, como es de rigor, son diferentes en Francia, España, Alemania, Italia. Historia y cultura condicionan la convivencia política, económica, social, en los cinco países mencionados. Pero hay asuntos que están por encima de las culturas particulares. Por ejemplo: no es lo mismo la miseria que la abundancia.

Gobernar una sociedad de gente con hambre, nunca será igual que gobernar grupos humanos con la mesa servida. La presencia de la comida hace más difícil el comportamiento irracional. Otra diferencia importante es la que separa la ignorancia de la cultura. El llamado “nivel de escolaridad” decanta, por decirlo así, un patrón general en la conducta colectiva. Ni la comida, ni la instrucción escolar, resuelven todos los problemas políticos; pero pueden hacerlos mucho más llevaderos. Los déspotas se enseñorean cómodamente sobre los pueblos hambrientos e incultos.

Simón Bolívar confesaba: “debo decir que ni remotamente ha entrado en mi la idea de asimilar la situación y naturaleza de los estados tan distintos como el Inglés Americano y el Americano Español”. También afirmó: “Estoy convencido hasta el tuétano de que América sólo puede ser gobernada por un hábil déspota”. Llegó a decir el Gran Libertador que no debemos “poner las leyes por encima de los líderes y a los principios por encima de los hombres”.

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