Mister William

Mister William

Una noche de luna clara Mister William vino a contarle a papá las bondades del General Heureaux.

El tren, con una cola de 13 vagones cargados de caña, había pitado salida en la estación 12 cuando Mister William comenzó su historia.

Usaba un gorrito de policía, de esos que tienen dos piquitos, puesto al revés y colocado atravesado, de manera que semejaban los cachos de un chivo jabao.

El inglés era el operador de la radio del Central y conocía todos los bateyes, desde San Juan de Buena Vista hasta Mojarra. Amigo de todos los superintendentes, de los guardiacampestres, de los mayordomos, boyeros y maquinistas, Mister William se daba su vueltecita de vez en cuando por Ceyba 12, y por donde pasaban las pandillas de chiquillos se alborotaban detrás de su alforja llena de caramelos.

Nos contaba historias de una isla llamada Saint Thomas, a donde decía se viaja de madrugada en una cosa que llamaban barco, que según él era más grande que el ingenio.

Pues bien, el asunto comenzó porque al pitar el tren, papá dijo que esa era la máquina 53, y que debían sacarla de “línea” porque estaba demasiado vieja, que era de la época de “Lilís”.

Y Mister William, que tenía el pico flojo, encontró el terreno fértil para soltar un cuadrangular.

“Mi no gustando la política, pero yo sabiendo que ese Lilís siendo general más valiento que dando la República. Se llamando Hilarión Levelt y era inglés, por eso siendo tan valiento”.

Mi papá le explicó que el nombre del general Lilís era Ulises Heureaux, y que ese no era ningún héroe na`, que era un tirano que le iba a vender la República a los haitianos y tenía negociada la bahía de Samaná con los americanos.

Mister William cruzó sus piernas dejando en el aire sus diminutos zapatos, hechos como para un niño, llevóse el café a la boca y lanzó una pícara sonrisita.

“General Heureaux siendo inglés, mi conociendo familia Levelt en Saint-Thomas, y mi creyendo que el general siendo héroe que luchando contra españoles en Restauración, y no tirano que vende República, porque ingleses no traicionando”.

Mi padre se quitó el sombrero y le preguntó con rostro serio si él no había escuchado hablar de un hombre valiente llamado Cesareo Guillermo, a quien Heureaux persiguió tenazmente en Azua y lo acorraló de manera tal que lo obligó a suicidarse.

“Guillermo era Presidente y había luchado en varias batallas, y cuando se sublevó en contra del Gobierno, Lilís lo persiguió. El general Guillermo pelió como un buen gallo, pero cuando se le acabaron las municiones entró a un campo de campeche, y allí lo siguió ese brujo”.

“Una madrugada se escuchó una voz que decía en la montaña: !A mí no me mata hombre! y luego sonó el tiro. Ya los soldados estaban cerca y el general Guillermo no quería sufrir más humillación”.

El viejo habló como si estuviera leyendo un libro, pero Mister William no hizo mucho caso a la historia y siguió hablando sandeces sobre Lilís.

“Mi sabiendo que aquí viniendo un almiranto francés que llamando Pierre Librán y queriendo controlar general Heureaux, pero él teniendo apoyo de ingleses, y dando un cocotazo chino en pleno Palacio, y francés saliendo calladito”.

En la puerta saludó Chino Manzueta, que venía de los lados de Sierra Prieta. Era un hombre alto, que vestía eternamente de negro, y tenía un caballo de pasos finos.

Chino Manzueta era el hombre mejor armado del mundo el día que lo mataron debajo de una ceiba, en la carretera de San Francisco, uno meses después de interrumpir el embuste de Mister William. El día de la tragedia tenía un revólver, una escopeta, un puñal, un machete que colgaba del pico de su silla de montar, una coa y una pala… pero volvamos con Mister William.

“Humm, este hombri que entrando ahí se parece a general Heureaux, yo viendo foto en casa de Super-intendente”.

Y lo que incomodó a mi padre fue la carita que brilló con la repentina luz de un relámpago.

“Estos recalcitrantes están en todas partes, y en todos los idiomas”, dijo cuando ya Chino Manzueta se había acomodado en el sillón.

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