Antes del inicio de la era del capital financiero, allá por los finales de los 70 y principios de los 80, cuando la señora Thatcher y el señor Reagan, a nombre de los dueños del mundo, le soltaron las manos al capital financiero, desataron las privatizaciones masivas, la libre circulación de los capitales y las mercancías, la reducción de los salarios y el desmonte de las grandes conquistas sociales a nivel planetario, las monedas del mundo, en especial de los países industriales, estaba basada en la capacidad de producción interna de cada país. Las empresas medias y grandes, que constituían el grueso de la capacidad instalada a nivel planetario sostenían la economía del mundo y los empresarios estaban vinculados, cada uno en su rama, a la dirección de la producción.
Las grandes innovaciones del siglo XIX y XX (maquinismo, químicos y fertilizantes artificiales, electricidad y motores eléctricos, televisión, trenes, producción de aviones, vehículos), revolucionaban incesantemente la producción, como nunca más se ha vuelto a ver, y en medio de las crisis cíclicas propias del capitalismo, generaban un tropel de innovaciones.
Todo ese mundo quedó atrás cuando se crearon los gigantescos carteles, el capital industrial y comercial se subordinaron al financiero, creando los grandes grupos de poder que dominan hoy el mundo, fundiendo en un solo bloque las gigantescas corporaciones, y sacando del sombrero del mago a los invisibles administradores del imperio, que manejan la economía mundial. Los accionistas perdieron el vínculo con la empresa y la era de la creación demencial de dinero se impuso.
Papeles, burbujas sectoriales cuan globos de jabón, creación de dinero sin relación con la producción real, deudas de gobiernos y familias que producen vértigo, todo ello en un amasijo que el ciudadano no comprende y que se lo venden a la conveniencia de los dueños, que dominan las grandes corporaciones de comunicación.
Para asumir el rol de ciudadano del mundo que quiere contribuir a los grandes cambios revolucionarios necesarios, debemos estudiar el período desde mediados del siglo veinte hasta hoy en día. La tierra, nuestro hábitat, está cambiando dramáticamente, no tanto debido a las crisis cíclicas del capitalismo sino a la llegada de su etapa de decadencia final. Grandes acontecimientos estremecen y estremecerán al mundo. Estamos sumidos en una guerra continua, Europa, Estados Unidos y Japón en una crisis larga, y en los Estados Unidos y otras añejas potencias, la mitad de su población vive ya en la pobreza.
La humanidad exige grandeza. Hombres y mujeres, como dice Nelson Mandela, amos de su destino y dueños de su alma. Que puedan sobreponerse a la catástrofe que amenaza al género humano y jugar su rol en esta lucha, que es planetaria.