Mito, discurso y realidad

Mito, discurso y realidad

Más que acudir, como es lo correcto, al Diccionario de la lengua española en búsqueda del significado del término mito, encontré más cómodo y contemporáneo auxiliarme de la enciclopedia libre Wikipedia para buscar su definición. Se lee en la página de internet: “es un relato tradicional que se refiere a unos acontecimientos prodigiosos, protagonizados por seres sobrenaturales o extraordinarios, tales como dioses, semidioses, héroes, monstruos o personajes fantásticos, que buscan dar una explicación a un hecho o fenómeno…” Más me satisface una segunda acepción que reza del modo siguiente: “Historia imaginaria que altera las verdaderas cualidades de una persona o de una cosa y les da más valor del que tienen en realidad”.
Siempre recuerdo con agrado al hoy difunto, amigo ido a destiempo, Hamlet Hermann, cuando hacía referencia al coronel de abril, Francisco Alberto Caamaño Deñó. Decía que se esforzaba en transmitir la imagen de aquel hombre de carne y hueso, lleno de virtudes y con defectos, como todo ser humano, a quien la población lograra percibir como un ser humano cuyos actos heroicos pudieran ser emulados por otra u otro dominicano puesto en las circunstancias históricas del ex-presidente constitucionalista de abril de 1965.
Gran daño se le causa a la juventud dominicana cuando el historiador le pinta una imagen de Juan Pablo Duarte, cual si fuese un ser de otra galaxia, cuyo sacrificio por el bienestar colectivo, le estuviera vedado al común de los mortales dominicanos.
La pandemia del coronavirus que debutó en la República Dominicana en el primer trimestre con casos importados procedentes de Europa, más específicamente de España e Italia, amenaza con transformarse en una peligrosa leyenda. En uno que otro país hermano, por conveniencias políticas coyunturales se ha tratado de vender la falsa idea, de que el covid-19 no pasa de ser otra de esas gripes tipo Influenza, y que, por lo tanto, debemos continuar con nuestra rutina diaria de vida. ¡Craso error!
La enfermedad que hoy se disemina como la verdolaga por todo el mundo, es una real amenaza para la salud de niños, jóvenes, adultos y ancianos. La forma de más efectiva y menos costosa de reducir la transmisión del virus es el distanciamiento social. Razones políticas pasajeras no deberían tentarnos a violentar esa simple acción de mantener una separación prudente entre individuos que impida la contaminación aérea a través de gotas de saliva, desde alguien infectado hacia personas sanas en su derredor.
El tesoro más preciado con que cuenta el ser humano es el de la vida. Por nada del mundo deberíamos tontamente adquirir el agente infeccioso, en una situación en donde no contamos todavía con una vacuna profiláctica, ni con una terapia efectiva comprobada.
El discurso oportunista e irresponsable, estilo canto de sirena, que conduce a millones de potenciales votantes, sin una real garantía sanitaria, a un matadero, cual, si de un ganado de carne se tratara, constituye un acto criminal de lesa humanidad. Para nuestro país todavía lo más grave de la pandemia no ha sucedido, evitarlo es deber de todos.
Haciendo una analogía con un ciclón, diríamos que apenas hemos sentido los primeros vientos, con menos de un millar de fallecidos. Todavía no hemos visto pasar el ojo del huracán. Bajar la guardia es un suicidio colectivo. La realidad estadística nos dice que la mortalidad va en crecimiento. Aún así, tendremos patria más allá de julio de 2020.

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