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Inspirados por la Revolución cubana, en las décadas de los años sesenta y setenta surgieron en varios países de la América española y el Caribe movimientos guerrilleros que amenazaban con extenderse por todo el continente: Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua (1961); Movimiento 13 de Noviembre en Guatemala (1960); Fuerzas Armadas Revolucionarias en Colombia (1960). República Dominicana, Bolivia, Venezuela, México y Argentina vivieron experiencias similares. Asimismo, surgieron en este lado del mundo toda una generación de intelectuales críticos que ganaron terreno en los ámbitos del saber y la cultura. Nombres como Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Mario Benedetti, Marcio Veloz Maggiolo, Pedro Mir, Franklin Franco, Hugo Tolentino Dipp, Roberto Cassá, Pablo González Casanovas, Vania Bambirra, Suzy Castor, Gerard Pierre Charles, Darcy Ribeiro, Fernando Enrique Cardoso, Paulo Freire, y otros se convierten en referentes. Acabamos de leer el libro “Tiempos de Oscuridad” del escritor chileno Marcos Roitman Rosenmann, en el que se trata a profundidad el tema de las revoluciones y los golpes de Estado militares ocurridos en Latinoamérica en los años sesenta y setenta del pasado siglo 20. Al respecto, en la página 61 de la muy leída obra, su autor expresa lo siguiente: “Estos primeros intentos al inicio de los años sesenta expresaban un momento de ascenso del movimiento popular. Ascenso que era, por una parte, resultado de la propaganda y de la euforia que despertaba en el continente la victoria de la Revolución cubana, y por otra, correspondía al fin del periodo de desarrollo que se había iniciado en Latinoamérica en la posguerra, el que empezaba a agotarse debido a las contradicciones generadas por el proceso de industrialización que se realizó dentro de los marcos de la industrialización monopólica mundial”. Ante esos movimientos revolucionarios, los gobernantes estadounidense reaccionaron poniendo en funcionamiento toda una estrategia de guerra para combatir lo que ellos entendían como guerra subversiva, teniendo como objetivo principal el neutralizar las alternativas socialistas que miraban hacia Cuba. No importaba los métodos a emplearse con tal de salvar los intereses del capitalismo. Sin contemplación alguna, los Estados Unidos declararon la guerra a muerte a los afiliados y simpatizantes de partidos de izquierda; ilegalizaron los partidos comunistas; y suprimieron las organizaciones sindicales bajo el control del “comunismo ateo y disociador”. Cualquier régimen que osara plantar cara al poderoso país del norte (esto, por no decir imperialismo yanquis) sufriría las consecuencias en forma de acciones encubiertas y desestabilizadoras.
En la América española y el Caribe, los golpes de Estado militares patrocinados y/o alentados por los Estados Unidos contra gobiernos surgidos de elecciones adquirieron un sello propio. Marcos Roittman lo describe así: “Primero, la guerra psicológica, una cuidada campaña del miedo aludiendo a la amenaza comunista; luego, la desestabilización política, el estrangulamiento económico, y las protestas callejeras. Todo, para culminar pidiendo a las fuerzas armadas su intervención para acabar con el desorden social y la ingobernabilidad”.
Acontecimientos como esos que describe Marcos Roitman en su libro, presidieron la caída del presidente Hipólito Yrigoyen en Argentina, 1930; de Víctor Paz Estenssoro en Bolivia, 1964; Joao Goulart en Brasil, 1964; de Laureano Gómez en Colombia, 1963; de Jacobo Arbenz en Guatemala, en 1954; de Ramón Villeda Morales en Honduras, 1963; de Juan Bosch en República Dominicana, en 1963; y de Salvador Allende en Chile, en 1973. El modelo educativo que los militares chilenos impusieron después del derrocar al presidente Salvador Allende, y que la presidenta de Acción Empresarial por la Educación sugiere que imitemos, forma parte de ese mismo formato antisubversivo.