Modernidad, estado mínimo y estado social en América Latina

Modernidad, estado mínimo y estado social en América Latina

JOSÉ LUIS ALEMÁN SJ
La práctica de detallar el «Contenido» de los libros no es usual ni recomendable para las novelas empeñadas en mantener el suspenso a cualquier costo pero sí utilísima a quienes enfrentamos la dura tarea de estudiar artículos y libros de economía. Resulta así más difícil perder el hilo de la trama y más visible su enfoque.

Pigou gran economista inglés de principios del siglo XX ofrece el siguiente resumen del primer capítulo de la primera parte de la Economía del Bienestar. «El objetivo principal del estudio económico es contribuir al bienestar social. Por lo tanto la Economía científica será más bien realista que pura pero no meramente descriptiva. Su análisis cuantitativo es muy difícil… Conclusiones razonablemente adecuadas sobre el… bienestar económico pueden ser alcanzadas con frecuencia a pesar del carácter parcial y limitado de esta ciencia». En estas concisas palabras se ofrece una invitación a su estudio y un resumen del método usado y del destino perseguido.

La palabra «modernidad» puede designar, además de la modalidad de la moda actual (el pleonasmo busca lo que sugiere), tantas cosas que no faltará quien diga que nada dice lo que mucho insinúa. Por eso importa buscarle un sentido concreto. Haré el intento ayudado por un sugerente artículo de Ulijn y Fayolle en Innovación, Iniciativa Empresarial y Cultura publicado en el 2004. El artículo compara la excelencia y debilidad de los ingenieros alemanes, franceses y holandeses en lo que a innovación y espíritu empresarial se refiere. Nada en efecto más moderno que la innovación tecnológica. Nada más actual que la concepción filosófica del Estado subyacente a esa tecnología. Nada más inquietante que la evasiva respuesta de muchos países latinoamericanos a esas orientaciones ideológicas.

EMPRESAS TECNOLÓGICAS, INGENIERÍA Y MODERNIDAD

Empiezo, aficionado a Pigou como soy, distinguiendo con el mayor énfasis posible entre modernidad de proyectos nuevos de relativamente alta tecnología y modernidad (metros, islas, parques cibernéticos, metro estadios de béisbol) y de quienes los diseñan y ejecutan. Obras versus ingenieros y empresarios. Simplificación extrema: ningún proyecto de envergadura tecnológica puede prescindir de quienes lo diseñan y manejan. Pero la economía avanza simplificando casi caricaturizando. Por eso defino qué entiendo por modernidad

Obviamente lo importante no son los proyectos sino los ingenieros y los empresarios. Problema de causa y efecto. Modernidad significa entonces proceso de explotar oportunidades por innovación en orden a crear y administrar nuevos negocios. Una política modernizadora tendría que enfatizar tecnología y espíritu empresarial más que los proyectos mismos que deberían ser resultado de aquellos so pena de convertir el país en un inmenso museo de curiosidades científicas o tal vez mejor en una curiosidad científica con dimensiones de inmenso museo. Esto no significa que estas curiosidades no sean útiles ni que no tengan apreciable potencial dinamizador de la economía -lo tienen- sino que primero es lo primero. Una cosa es modernizar y otras modernizaciones. ¿Resto de manía escolástica de partir pelos en el aire?

¿CÓMO INCUBAR ENTONCES TECNOLOGÍA MERCANTIL? Veamos los modelos francés, holandés y alemán.

a) Los ingenieros franceses parecen estar más interesados en la pura ciencia, matemáticas y física, que en resolver difíciles problemas técnicos o en la comercialización de productos. Ciertamente la diferencia con ingenieros norteamericanos e ingleses es palpable. En general los empresarios no son muy estimados por la opinión pública que atribuye mayor prestigio a los egresados de las «Grandes Escuelas» muy jerárquicamente organizadas y orientadas a la reproducción social de las elites por meritocracia certificada académicamente. «Reconocimiento y posición social no provienen de éxito en los negocios sino de graduación en alguna de las prestigiosas Escuela Superiores. A esto puede atribuirse la muy baja propensión empresarial de los ingenieros franceses. Francia tiene una más débil orientación empresarial que Holanda».

b) Los ingenieros holandeses, en cambio, se caracterizan por una cultura empresarial muy fuerte, están menos especializados en su área técnica que los alemanes y para alcanzarla confían más en su desempeño en la vida real que en programas de educación que son, sin embargo, bien fuertes. En general los ingenieros holandeses creen más en obras que en palabras y son eficientes administradores. Sus objetivos están centrados en el corto plazo en lo que a planeación y resultados económicos se refiere aunque sean muy tenaces, casi tercos, en la administración de sus negocios. Como en Francia la propensión a abrir empresas propias es baja (7% de todos los estudiantes).

c) En Alemania se da un patrón consistente en el mundo de los negocios: «ante todo capacidad»: los aprendices alemanes están excepcionalmente bien preparados; dos terceras partes de los supervisores poseen, además de la preparación vocacional, una «maestría» en ellos, los directores de empresa son escogidos en base a su preparación profesional y consideran que el conocimiento es la base de su autoridad. Para innovar los ingenieros se rigen por consideraciones tecnológicas y ven la comercialización como distracción de su fin principal. El muy alto nivel general de la mano de obra y su respeto al que sabe permite tener menos personal supervisor y más comprensión de nuevos procesos técnicos.

Las innovaciones se obtienen por más inversión propia en Diseño e Investigación y se confía poco en adquirirlas comprando conocimiento por medio de fusiones. Por último la presencia obligatoria de sindicatos y delegados obreros en el Consejo de Supervisión de cada empresa permite que el administrador gaste menos tiempo en discusiones laborales y que los obreros se consideren factores de estabilización.

Estas notas nos dicen que se registran subculturas profesionales diversas en el énfasis dado a la ingeniería y administración que en Alemania viene dada por una larga historia de producción industrial, en Francia por una tradición científica en física y matemáticas y en Holanda por una orientación comercial. Todos estos países tienen políticas enraizadas en su historia que podemos llamar modernizantes; los tres tienen iconos de modernidad empresarial: Siemens, por ejemplo, Phillips, Rhone-Poulenc; los tres tienen sus símbolos Eiffel y los puertos de Ámsterdam y Hamburg; los tres tienen políticas de formación científica de calidad y de amplia cobertura.

¿Nos atrevemos a afirmar que existe entre nosotros una política cultural y educativa modernizante aunque esté aún en formación como en Brasil, Chile, México, Colombia, Perú o Argentina? Lo primero viene primero aunque lo segundo puede acelerar lo primero. Quienes tienen ojos para ver y oídos para escuchar que vean y oigan.

ESTADO MÍNIMO. ESTADO SOCIAL

Toda política modernizante supone por lo tanto una nueva orientación educativa por lo menos a niveles medios -Community Colleges entre nosotros- y una nueva orientación ideológica. Digamos modernidad frente a populismo, términos ambos que significarían muchas cosas aunque en República Dominicana el dilema sería megaproyectos distritales versus pluriproyectos locales. A nivel mundial el dilema es Estado Mínimo, versión Buchanan, y Estado Social, versión Musgrave, nombres de los dos más venerables y conocidos economistas en el campo fiscal.

Buchanan, distinguido Premio Nobel, padre de la economía institucional Musgrave, el Keynes de la Economía Pública funcionalista, protagonizaron en la Universidad de Munich a fines de 1998 uno de los más fascinantes Seminarios imaginables sobre Políticas Públicas. Cada sesión se inauguraba con una exposición de uno de ellos, se continuaba con una contra conferencia del otro y terminaba con una sesión de preguntas y respuestas en la que participaban la flor y nata de las universidades centroeuropeas. El tema principal del quinto y último día fue Moral, Política y Reformas Institucionales. Se trataron entonces dos concepciones distintas del Estado: la que reclama su reducción y la que pide mayores y mejores políticas sociales.

a) El Estado Mínimo. Buchanan comenzó el día con una fascinante exposición de tres tipos posibles de comportamiento de los agentes económicos: el anárquico, el comunitario y el moral. Cuando entre los actores predominan quienes buscan únicamente sus intereses y desconocen los de los demás (presupuesto básico aunque tácito de la economía neoclásica) enfrentamos una sociedad anárquica; si los agentes persiguen el bien del grupo pequeño de la comunidad, religión o etnia (comunidad extranjera pequeña, convento religioso…) sobre el de la colectividad nacional, la sociedad es comunitaria; si los agentes buscan su interés particular pero toman en cuenta el daño que a otros se sigue la comunidad es moral.

Para él sólo la tercera opción es correcta. De su vitalidad y vigencia, de la moral, depende el futuro del siglo XXI más que de la técnica o de la economía.

Buchanan es extremadamente pesimista al evaluar la cultura «anárquica» de nuestros tiempos. Nada infrecuente en críticos sociales. Su originalidad radica en el diagnóstico: la culpa la tiene el Estado cada día más invasor y regulador de la vida económica y política porque su acción socava la responsabilidad disminuyendo la importancia del esfuerzo personal y de la necesidad del ahorro y de la solidaridad con la familia y con los demás. De ahí la conveniencia de un Estado mínimo.

b)Musgrave y la mayoría aparente de quienes intervinieron en la discusión consideran muy parcial la evaluación ética que Buchanan da al Estado y la calificación reprobatoria de la sociedad moderna como si fuese peor que la de otras épocas.

La educación básica, la atención médica generalizada y los sistemas de seguridad social independientemente de los ingresos y del grado de cultura de los ciudadanos han aumentado no sólo el bienestar social de las mayorías y su consumo sino también la conciencia en los ricos de su dependencia de los pobres (las «economías externas» que han permitido la acumulación de riquezas, por ejemplo a través de la educación, vías de comunicación, seguridad legal efectiva) posibilitadas por el gasto público.

El problema moral de la sociedad actual no está en la actividad del Estado sino en su falta de atención a las actitudes y valores de la actividad económica y política, a su sumisión a presiones de las elites y a la disminución de la profundización, cobertura y mantenimiento de políticas sociales a favor de los débiles.

Las políticas públicas debieran ordenarse a favor inmediato y mediato del pueblo o de los pobres. Muchos dicen que eso es populismo.

APLICACIÓN AL CASO DOMINICANO

Los tipos ideales no se dan en la práctica aunque se pregone ora modernidad ora populismo. Trujillo dijo a Almoina que sus grandes obras (entonces la Universidad) no importaban por sí mismas sino porque enseñaban a los dominicanos a pensar en millones y no en pesos. Balaguer excusó sus construcciones suntuosas por su aporte a la generación de expectativas de creciente auge. El Presidente Fernández prohija el Metro, los elevados y el Metro estadio pregonando su potencial de transmisión modernizante. Ninguno de ellos, por supuesto, descuidó aumentar el gasto social a favor del pueblo ni, menos aún, abogó por una reducción del Estado. Todos exhibieron programas de alimentación, de salud y de educación a favor de los pobres. Pero lo primero es la prioridad moderno-desarrollista.

Los presidentes perredeístas y sus candidatos defendieron la prioridad del gasto público social, también en la cuenta de capital, predicando que el pueblo es primero. Todos tuvieron sin embargo sus más que medianas inversiones -las grandes presas, la Rosario, las carreteras- y no sólo para favorecer a amigos y camaradas de partido. Todos abjuraron, por supuesto de la idea del Estado mínimo. Pero: primero la gente o el campo.

En resumen bastante injusto: todos quieren un Estado (un Presupuesto) más grande, todos ofrecen servicios públicos, todos tienen sus Pirámides. Sin embargo sí hay diferencias serias al menos ideológicas y publicitarias al asignarse prioridades: o modernismo que desarrolle y goteé hacia abajo o populismo que induzca más demanda y ésta más inversiones y favorezca inmediatamente a los pobres. Modernidad y desarrollismo versus populismo.

Pero ni hablar de un Estado mínimo ni menor ni igual. En el modelo Buchanan el Estado se retira para que los ciudadanos inviertan más. En nuestra política modernizante el Estado financia o avala préstamos para que el sector privado nacional o extranjero pueda aterrizar sus sueños.

Ni hablar tampoco de que nuestro populismo por ejemplo el educativo se oriente a aumentar la capacidad técnica de los que reciben educación públicamente financiada. Uno diría que el objetivo de la educación es ella misma. Narcisismo.

EPITAFIO

Hoy no estoy para concluir nada sino para decir que el tema es tan complejo que me comió. Lo que quería decir es sencillo: los megaproyectos, con sus posibilidades y cuestión habilísima oportunidad cuando se comparan con otros usos de recursos públicos, tienen dos limitaciones muy serias: hacen creer que contaremos automáticamente con un más eficiente y amplio sector empresarial y tecnológico y que favorecemos la inversión nacional y extranjera privada, la modernizadora inmediata.

La primera limitación, falta de programas educativos realmente modernizantes, traté de exponerla. La segunda es hasta más grave: nada más fácil que financiar una gran inversión difícilmente recuperable a mediano plazo con préstamos externos e internos que tienen al Estado, es decir al pueblo dominicano, como aval. Eso es muy fácil y muy aventurado.. Lo difícil. es invertir cientos de millones de dólares con financiamiento privado. En realidad los préstamos soberanos son los más seguros a largo plazo, jamás los privados.

Cuando se dan simultáneamente estas dos limitaciones la situación es gravísima y, francamente, me parece mejor remitir esos proyectos al limbo de un olvido radical.

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