Éste es uno de los problemas más serios de la vida de fe: cómo seguir adelante cuando arrecian las dificultades y nos sentimos solos y amenazados de fracaso y de muerte. Cuando nos va bien, exclamamos: “el Señor reina, la tierra goza”. Pero la mayoría de las veces tenemos que seguir buscando el rostro del Señor en medio de la oscuridad. ¿En quién podemos apoyarnos?
El Evangelista nos coloca junto a Jesús, orando solo en un monte junto a tres discípulos. Más y más, Jesús se apoya en su Padre para cobrar fuerzas pues, aunque su prédica y sus acciones son una buena semilla, muchos las rechazan. Jesús va viendo que caminar hacia Jerusalén, centro del poder hostil del templo y de la ley, es enfrentar la muerte.
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La oración fortalece la fe de Jesús y transforma su rostro y las ropas en un blanco de gloria. Moisés y Elías iluminan la muerte que Jesús va a encarar en Jerusalén. En la muerte de Jesús hay que reconocer el cumplimiento de todo lo prometido a Abrahán, la Ley y los Profetas.
Hasta ahí lo prometido, pero ahora los cubre una nube. Se trata de la nube del éxodo por el desierto, la nube del Sinaí, lugar de la alianza y de la ley. La nube anuncia un nuevo éxodo y una nueva alianza. De la nube brota una voz: “Este es mi Hijo, el escogido, escúchenlo”.
Muchas veces en la vida, por ser fieles a la fe enfrentamos la cruz y el fracaso. La voz nos deja ante Jesús solo, pues en su entrega, su muerte y resurrección aprendemos que, creyendo pasamos de la cruz a la luz. El Padre lo garantiza: su Reino no tendrá fin. Escuchemos a Jesús para ser fieles.