EFE. Cuentan que cuando el rey Alfonso XIII de España era novio de la princesa inglesa Ena de Battenberg, luego reina Victoria Eugenia, se hallaba tomando el té con su prometida cuando se le ocurrió mojar en el brebaje favorito de los ingleses una pasta, justamente una de las que ahora llamamos pastas de té.
La princesa se horrorizó: ¡Alfonso!, -le dijo- en Inglaterra nadie moja una pasta en su té. El monarca español, sin inmutarse, comentó: Ah, pues en España lo hace hasta el Rey.
Probablemente la anécdota sea apócrifa… pero sí es verdad que al español le gusta mojar. Lo que pasa es que el té se presta poco a ello, pero los españoles están acostumbrados a mojar sus churros en el chocolate, sus croissants en el café con leche… y meter la pastita en el té es una consecuencia inevitable, pese a que en los otros casos la mojadura en leche es lógica, mientras que en el caso del té se moja en agua caliente, que no aporta nada.
En España se puede alabar una cosa diciendo que está de toma pan y moja. Nuestras abuelas, a la hora de la comida, nos decían aquello de toma un poco de pan, para empujar. No: para empujar, no; para mojarlo en aquellas salsas maravillosas que constituían el orgullo de una buena cocinera y que hoy son más un recuerdo que otra cosa.
La nouvelle cuisine (allá por los años 70 del siglo pasado) desterró las grandes salsas, las estiró y simplificó. Se aceptó.
Pero ese estiramiento llegó después a la práctica desaparición de las salsas. A principios de los 90, el gran chef francés Michel Bras cocinó en Vitoria (España) en unas importantes jornadas de alta cocina, y ante uno de los platos que sirvió, una ternera lechal ciertamente extraordinaria, pero absolutamente huérfana de salsa, alguno de los asistentes no pudo dejar de exclamar ¡aquí no hay quien moje!. Y sí, en la cocina de ahora mismo, la de autor, está muy complicado lo de mojar pan.
Por otra parte, y dado que los usos y costumbres anglosajones han reemplazado a los franceses hasta en la mesa, cosa que es una desgracia que le ha tocado vivir a nuestra generación y les tocará sufrir a las siguientes, lo de mojar pan en las salsas está mal visto. Los ingleses, a la hora de comer, son de un pudor absolutamente luterano, y jamás dejarán que se note que se lo están pasando bien, así que… de mojar, nada. Lo malo es que siempre ha habido gente que ha considerado mojar pan en la salsa algo grosero. Nada más lejos de la realidad.
Ciertamente, hay guarniciones que actúan como esponjas con una buena salsa, la absorben, caso de unas papas cocidas, un arroz, una pasta… Pero la mejor esponja para salsas es… la miga de pan, con su corteza correspondiente.
Zoom
Libros de cocina
En los documentos de cocina de finales del XIX y principios del XX se incluían normas de conducta en la mesa; dicho sea de paso, no vendría mal que volviéramos a hacerlo. Bueno, pues se explicaba muy bien cómo mojar el pan en la salsa de una forma correcta y discreta… y también se decía, por ejemplo, que la única forma aceptable de comer un huevo frito era usando, no los cubiertos clásicos, sino dos trozos de pan alargados. Tiempos.
Pero ustedes, si pueden, mojen. No pastas en el té, pero sí pan en las salsas. Ya Julio Camba, en La casa de Lúculo, dejó dicho esto: No deje usted nunca de sopear por un falso concepto de la corrección; lo verdaderamente incorrecto es devolver a la cocina sin haberla probado una de esas salsas que honran a una casa. Razón tenía el gallego… que advertía, de que de todos modos, todo tiene un límite y que no estaba nada bien confundir la salsa con el esmalte del plato.
Ya lo saben: a mojar, invita el autor de este reportaje.