Mojigatería, anacronismo e intolerancia

Mojigatería, anacronismo e intolerancia

Hoy, al cerrar los ojos, ha recordado con detalle el trazo de los dibujos geométricos del suelo de la casa en la que creció. Hacía tiempo que no sentía tanta vergüenza. Desde que se hizo mayor, y fue coherente consigo mismo, no había vuelto a sentirse tan mal.

No ha hecho nada. Sólo existe, como los demás, y lleva una vida normal: trabaja a destajo, con el orgullo de tener mucho talento, y jamás ha tenido un altercado con nadie; sus vecinos lo adoran y es el corazón de su familia.

Con días mejores y peores, como los de todo el mundo, nadie le mira distinto a causa de sus preferencias. Por eso, al verse comparado con pandilleros y prostitutas, no pudo más que sentirse fatal.

Cual cacería de brujas, en los últimos días se ha desatado una campaña en contra de los homosexuales que, como él, visitan el Parque Duarte -un espacio que no comulga con la definición de un lugar de promiscuidad y decadencia, como se le ha querido pintar-.

Nadie habla, sin embargo, de los heterosexuales que van a beber allí y pasan un gran rato. ¿Será que la gente “normal”  (según los que no toleran que haya personas distintas a lo que se ha “establecido”) pasa desapercibida?

La intolerancia de los amos de la zona colonial, sotana larga incluida, pesa tanto en este tema como la doble moral con la que juega la sociedad dominicana: tiene una Constitución que respeta la dignidad humana y el derecho a la igualdad pero les prohíbe ser y poder estar; y además priva en ser perfecta aunque, de la puerta para dentro,  todos tengamos licencia para pecar.

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