El Día del Periodista casi coincidió con las honras fúnebres al fenecido maestro de la profesión, Rafael Molina Morillo, de quien se ha hablado y escrito mucho porque fue un referente ético, de profesionalidad, valentía y perseverancia.
Tuve el privilegio de formarme bajo su dirección en la década del setenta, cuando me dio la oportunidad de trabajar en El Nacional donde, simultáneamente a mis responsabilidades, me permitió incursionar como articulista en la página editorial.
Una de las características más admiradas de Molina Morillo fue su temperamento cordial y apacible al punto que regañaba diplomáticamente a quienes incurrían en faltas y si tenía que cancelar a alguien, lo hacía sin atropellos.
Nunca olvido la ocasión en que se vio precisado a despedir a un inquieto periodista, quien luego devino en laureado escritor, a quien convenció de que sus capacidades estaban por encima de un simple reportero.
Salió de la oficina echándole paternalmente el brazo por los hombros y cuando en la redacción vimos la acción, uno de los más atrevidos se pasó el índice por el cuello.
Efectivamente, el hombre había sido despedido y convencido de que su futuro no estaba en la labor reporteril. Luego le comenté a Molina que tenía un puño de acero cubierto con guante de terciopelo.
Sonrió ante mi ocurrencia y sólo atinó a decir que no era fácil dirigir una empresa con tantas gentes pensantes y que no hay que maltratar a los demás aún deba despedirlo.
Mi paso por El Nacional está lleno de gratos recuerdos y agradecimientos en especial al doctor Molina, quien tenía el mejor método de enseñanza ética y profesional: el ejemplo. E.P.D.