POR GUSTAVO RODRIGUEZ
Monchín Pichardo ha vivido grandes emociones a lo largo de los años, pero la de ayer tuvo un sabor especial y probablemente nunca la olvide. La Liga de Béisbol le dedicó el actual torneo como premio a sus valiosos aportes a la pelota y principalmente a su éxito con el Licey.
«Mi vida es el béisbol y mi familia, por eso estuve tanto tiempo al frente de los Tigres, donde la oficina era como mi casa», dijo Pichardo.
El veterano dirigente habló anoche durante el homenaje que le ofreció la Liga de Béisbol Profesional de Invierno al dedicarle el torneo.
Pichardo apuntó que se entregó por completo a los Tigres, pues lleva en su vena el color azul.
En el acto celebrado anoche en el estadio Quisqueya que contó con la presencia del vicepresidente de la República, el doctor Rafael Alburquerque, el presidente de la Liga de Béisbol, doctor Leonardo Matos Berrido; el presidente de la Confederación de Béisbol del Caribe, el licenciado Juan Francisco Puello Herrera; el Comisionado Nacional de Béisbol, el licenciado Porfirio Veras; el presidente de los Tigres del Licey, ingeniero Emigdio Garrido y el asesor deportivo del Poder Ejecutivo, además los directivos de los felinos.
A continuación publicamos en forma íntegra la semblanza de Monchín Pichardo.
El béisbol no lo inventó nadie, por lo menos los historiadores no han podido ponerse de acuerdo y el tema sigue siendo materia de encendidos debates.
En lo que no hay dudas, es que en los corrillos beisboleros cuando se habla y se discute del éxito del Licey, se trae a colación el nombre de Domingo Ernesto Pichardo Vicioso (Monchín), como el máximo ejecutivo de esta membresía ya que por las coronas ganadas bajo su presidencia hay que sacarle su bola y su bate y colocarlo en un pedestal especial.
Desconocemos si los hermanos Ignacio y Ubaldo Alomá dejaron sembrada en la República Dominicana la semilla del triunfo, pero en lo que no hay peros como excusas, es que Monchín desde su primera presidencia en 1963-64 hizo el surco donde aró y cosechó ocho coronas nacionales y seis cetros del Caribe.
Monchín se puede definir como un mandamás atípico, Manny Mota lo bautizó como «Trujillo», no por ejercer la presidencia como un dictador, sino por ser un abanderado de la disciplina.
Monchín siempre escribía con lápiz, no sabemos si para borrar lo que le disgustaba, pero su grandeza principal era su memoria.
Con su chacabana azul, recostado en su sillón sin medias, seguía los juegos desde su escritorio guiándose por los aplausos y así sabía el movimiento de las carreras.
Su calidad humana supera todas las barreras. En ese rostro que muchas veces es difícil arrancarle una sonrisa se esconde un corazón de bien como en el templo del Nazareno.
En una ocasión, Pascual Pérez pasaba momentos difíciles en su carrera y Monchín se convirtió en su psicólogo y como un padre le trilló el camino del regreso.
Una vez George Bell le dijo que no jugaría en Santiago, que esos viajes eran un problema y frente a el me dijo: ´´Llámame a Denis (Romeo)´´.
Le dictó una carta de un párrafo suspendiéndolo. Bell puso luego la reversa.
Algo parecido a lo de Bell le sucedió a Joaquín Andújar que apenas pudo lanzar un juego con el Licey el 21 de diciembre de 1985, lo ganó, pero fue suspendido hasta el sol de hoy.
Todas las mañanas en la vieja oficina de los Tigres se originaba tremenda peña, cuyo contertulios Mimió Borrás, Federico González, Antonio Ricardo, Tomás Troncoso, Max Reynoso, Rafael Avila y otros discutían todo tipo de temas, Monchín intervenía para aclarar fechas, pero cuidado en rebatirle.
Una vez en un juego de play off de Licey-Escogido encendió su carro y tomó la carretera del Sur, se detuvo en un colmado por los predios de San Cristóbal y por la celebración que había en el lugar se dio cuenta que el Licey había ganado y regresó al Quisqueya.
Creador de la teoría de que la Serie del Caribe se gana en el hotel, no le perdía ni pies, ni pisadas a sus jugadores.
Defensor de sus principios como una religión no admitía en un texto una coma en el lugar que no correspondía, por eso leía y releía los reglamentos y estatutos de la Liga y el Campeonato hasta aprenderlo de memoria.
Consideró en su momento que no era factible la expansión porque entendía que los Caimanes del Sur no serían rentables porque esa era la región más pobre y de menos densidad poblacional. El tiempo le dio la razón.
Inmoral del deporte dominicano, fue exaltado en tenis de mesa en el ceremonial de 1988.
De Monchín se podrían escribir varios tomos sobre su vida y su pasión por el béisbol, en lo que no hay dudas es que defendió y defiende, levantó y levanta por lo más alto del firmamento la bandera azul del más glorioso equipo dominicano de todos los tiempos el LICEY.