Monogramas, sirvientas y peluqueras

Monogramas, sirvientas y peluqueras

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Inesperado señor Zulueta: Lo primero que tengo que decir es que no conocía el nombre suyo ni el de su padre. Es usted quien los da a conocer al enviar su largo mensaje electrónico.  Es imposible que hubiésemos difamado a su padre en el programa de TV sin haberlo mencionado, ni siquiera por su nombre de pila. En el transcurso de la ultimas ediciones del programa se ha tocado varias veces el tema de la historia de España y, especialmente, la dolorosa Guerra Civil que afligió a la sociedad española entre 1936 y 1939.

Como es de esperar, se han hecho referencias al fusilamiento del joven José Antonio Primo de Rivera; un asunto público mil veces comentado, dentro y fuera de España. El ingeniero José Israel Cuello contó, de manera incidental, una anécdota extraída de un viaje que hizo a Moscú a comienzos de los años setenta. Hizo el relato de lo ocurrido en una taberna de la zona de la ciudad denominada La Pichana, donde escuchó a un hombre decir con dolorido énfasis: «este abrigo que tengo puesto perteneció a José Antonio Primo de Rivera. Yo dirigí el pelotón que lo fusiló hace treinta y cinco años».

Cuello añadió que podría tratarse de una baladronada propia de un exiliado achispado por el vodka. En un clima tan extremado como el de Rusia muchos vejetes optan por calentarse el pico y no salir a las calles. Se ha dicho que hasta el ex – presidente Yeltsin bebía con exceso. A pesar de que le faltaban dos dedos de la mano empuñaba el vaso con gran firmeza. En el programa nunca se mencionó un apellido o alguna seña diferencial que permitiera identificar al autor de esa «confidencia» política.

La cuestión principal que afrontábamos en el dialogo, en ese momento, era la carga emocional que la Guerra Civil española dejó sobre los vencidos y los vencedores. Este viejo del relato recordaba su participación en la contienda de 1936; daba a entender que hubiese preferido no hacer lo que hizo: luchar, matar, perseguir. Parecía que no deseaba tener sobre su conciencia el peso de tanta violencia y de tanto odio. Evocaba el sacrificio de José Antonio como la pesadilla de una edad remota. ¿Para que sirvió ese montón de muertos? Sus gestos correspondían, aproximadamente, a esa melancólica pregunta tocada por el desencanto.

Es obvio que entre usted y el señor Brazobán, el estudiante dominico – ruso, existen desacuerdos o discordias que no logro entender completamente. Nada injurioso puede decirse de un cuerpo militar, ni del oficial que lo dirige, si actuando en una guerra cumple ordenes rigurosas de los altos mandos.  Asunto diferente es el de los sentimientos encontrados que surgen en los hombres tras perpetrar actos de violencia, justificados o no. Las conmociones morales de los actores de las guerras interesan mas a los novelistas que a los historiadores. Y ahí esta el problema. Es posible que algunos refugiados españoles en Rusia necesitaran descargar angustias retenidas por largo tiempo. De manera inconsciente practicaban la catarsis o purgación anímica. Tal vez el señor Brazobán no haya explicado a usted, con toda fidelidad, lo que oyó acerca del fusilamiento de José Antonio en Aparte y punto.

Pero usted no vivió esa terrible época de la Guerra Civil; y su padre falleció hace muchos años. Es útil y gratificante ofrecer «ventilación» a las emociones fuertes, a los traumas de conciencia, propios o heredados. No puedo saber si su padre es la misma persona que vio hablar el ingeniero Cuello, en la Taberna Gorki, en 1970; ni puedo decir si participó o no en el fusilamiento; menos aun si mandaba el pelotón.

Ahora bien, me han contado que la esposa de don Miguel Primo de Rivera, una señora devota a la manera tradicional española, después de quedar viuda acentuó el cuidado que siempre dispensó a sus hijos. Una sirvienta de la casa de Pilar Primo de Rivera, hermana de José Antonio – ennoblecida en 1960 con él título de condesa del Castillo de la Mota -, confió a una peluquera dominicana residente en Madrid que la viuda acostumbraba bordar monogramas en las prendas de vestir de todos sus hijos. Como usted sabe sobradamente, en los países con climas muy fríos el abrigo es inexcusable. Uno debe entregarlo continuamente a los encargados de guardarropía, en teatros, restaurantes y otros lugares. Para que las prendas de abrigo nos protejan al salir de lugares cerrados y con calefacción, es menester despojarse de guantes y bufandas. Es frecuente que se identifiquen los abrigos pesados con las iniciales de los nombres de sus dueños. De este modo se evitan equivocaciones en los guardarropas que son públicos.

Es probable – solo probable – que la viuda de don Miguel haya ordenado bordar las iniciales de los nombres de sus hijos en los bolsillos interiores de los abrigos. Los abrigos permanecen guardados en armarios y clósets durante el verano. Las madres previsoras que marcan los abrigos intentan eliminar discusiones en el seno de la familia al llegar el invierno. En vez de irritarse y censurar periodistas a quienes no ha tratado de cerca, busque en el desván el viejo abrigo de su padre y examine el doblez del bolsillo interior. Tal vez ahí encuentre la clave del misterio.

henriquezcaolo@hotmail.com

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