Calles y avenidas: Mons. Fernando Arturo de Meriño

Calles y avenidas: Mons. Fernando Arturo de Meriño

Mi padre me contaba la importancia que tenían para él sus estudios en París, enviado por el arzobispo Fernando Arturo de Meriño, su papá. Por ser hijo de sacerdote vestía austero, color negro, muy formal, y llevaba sombrero tipo bombín como usaban las personas allegadas a los eclesiásticos.

Bernardo Defilló Martínez, hijo del eminente médico Fernando Defilló, se refiere a las relaciones entre su progenitor y su abuelo, del que se siente orgulloso a pesar de no justificar, aunque las comprende, actuaciones de su ilustre antecesor, jefe de la Iglesia Católica y del país, protegido y amigo del papa León XIII y de personalidades tan excelsas como Eugenio María de Hostos, Ramón Emeterio Betances, Gregorio Luperón, entre otros, pese a haber tenido a un adversario intransigente en el padre Billini por razones que explica en una reveladora entrevista en la que prevalecen los rasgos humanos del mitrado.

Fernando Alberto no llevaba el apellido Meriño. Fue bautizado como hijo natural de Leonor Defilló Amiguet, una de las mujeres con quien procreó el cura. Pero Fernando siempre supo que Meriño era su padre.

“Contaba que en él predominaba el acercamiento a gente de la Iglesia y hablaba de cómo Meriño era apreciado por el papa León XIII hasta el punto de que en una ocasión se refirió a una especie de bula que debió emitir para protegerlo de quienes lo adversaban en el país y el Vaticano, personas relacionadas con la Anexión a España, a la cabeza de las cuales estaba Francisco Xavier Billini”, revela Defilló.

El reconocido cardiólogo sostiene que ha comprendido posteriormente que esa confrontación entre ambos se debía a varios factores, “uno de tipo político, porque Meriño era restaurador y Billini entendía que no podíamos ser gobernados por nacionales y patrocinaba la Anexión” y otro porque Billini “quería ser nombrado al frente de la arquidiócesis cuando León XIII y sus colaboradores prefirieron a Meriño, recordando que ya había participado en la encíclica Rerum Novarum, que representa el primer apoyo social de la Iglesia a las clases trabajadoras”.

Pero además, Bernardo entiende que pudo influir para esa enemistad el que María Nicolasa Billini, hermana del clérigo, se convirtiera en mujer del prelado, con quien tuvo una hija, Ana Rita Abigail Mejía, que está sepultada en la Catedral Metropolitana “a los pies de la tumba de Meriño”.

“A esta relación, a la Prelatura obtenida por Meriño frente a las aspiraciones de Billini y a otras diferencias eclesiásticas y políticas, se atribuyen los desentendidos entre ellos”, significó Defilló.

Bernardo conoce la historia personal, religiosa, familiar y política de Fernando Arturo y conversa sobre cada una con facilidad, sin recurrir a textos que le auxilien ni siquiera en fechas. Del purpurado y su padre cuenta que este fue su médico en vida pues el arzobispo padecía de una enfermedad cardiovascular crónica intratable “que lo llevó a la muerte: el corazón se le dilataba progresivamente”. Su hijo Fernando Alberto estuvo con él en sus horas finales.

Pese a que Defilló considera a su abuelo irresponsable por no haber reconocido a su prole, celebra la afirmación de autores como Abigail Mejía que entiende que las pasiones vividas por Meriño eran parte de las condiciones propias de los mortales más poderosos, y que él las ejercía sin lujuria, hostigado y acosado “en su ímpetu de la sangre por las viejas amigas, como en las “Confesiones” de Santa Mónica”. Dice que se debía, además, a “su hermosa y viril humanidad y su bellísima presencia, cubierta por el hábito del cura, debajo del cual palpitaba un hombre muy entero”. Bernardo atribuye a Mejía una actitud de admiración extrema por el arzobispo.

Al médico le deleita citar las cartas cruzadas entre Meriño y Francisca Amelia de Marchena Sánchez que con el pseudónimo de Amelia Francasci publicó “Monseñor De Meriño íntimo”. Al respecto manifiesta que en las misivas se aprecia una relación sentimental construida por ellos como parte de un mundo especial en cuyo trasfondo se advierte algo más que una simple amistad.

Otra dama con quien el arzobispo tuvo hijos fue Isabel Logroño, madre de Álvaro y de Josefa. Bernardo declaró que mantiene “excelente relación de amistad y familiaridad con los Logroño”.

Meriño y Leonor. Leonor Defilló Amiguet era la hija número nueve de José Defilló Tusquella y Raymunda Amiguet Ferrer, ambos naturales de Barcelona y con residencia en el Vendrell, España.

¿Cómo la conoció Meriño? “El había sido párroco en Mayagüez y viajaba a diferentes áreas de América Latina, incluyendo Barcelona, de Venezuela”, explica y añade que ambos coincidieron en ese lugar al que Leonor viajó con su hermana Pilar. “Si estimo la fecha de nacimiento de mi padre, 1874, y calculo las 40 semanas que dura un embarazo normal, al tiempo que reviso los sitios donde se encontraban en la fecha de procreación, coinciden en Barcelona, de Venezuela”.

Papá, agrega, nació en aguas de Puerto Plata, en una fragata en la que Leonor venía como madre soltera en busca de Meriño, entonces párroco en esa ciudad. Allí fue bautizado el niño que tuvo como padrino a Ramón Emeterio Betances, que a su condición de amigo de Meriño agregó la de compadre. “Por eso se explica que fuera designado embajador en Francia”, señala Bernardo.

La Iglesia no objetó a Meriño por sus hijos y mujeres, al contrario, el sacerdote ascendía en la clerecía como en la política “por su calidad intelectual y de servicio múltiple al frente de la diócesis y porque dos personas siempre explicaron sus devaneos humanos, una fue Amelia Francasci y otra Abigail Mejía que decía que él no tenía la culpa de su prestancia, sino las mujeres que lo buscaban”, estima Bernardo.

-Pero él había hecho voto de castidad-, se le observa. “Fue un error no respetarlos, se dedicó a ejercer su humanidad a plenitud”, respondió. “La misma Amelia deja ver sin sonrojo el amor que sentía por Meriño, quien era, además, su confesor emocional”.

Otro punto negativo en Meriño fue la iniciativa del decreto de San Fernando que establecía la pena de muerte, actitud impropia sobre todo de un sacerdote. Bernardo opina que este fue promulgado para combatir invasiones que se producían desde Haití e islas vecinas porque los sediciosos trataban de tumbarlo. “Y por supuesto, pertenecían a grupos anexionistas, no restauradores, como era Meriño. Fue el único Gobierno que terminó su mandato”, contesta, definiendo las condiciones sociales y políticas existentes cuando se originó el dictamen.

Defilló Martínez confiesa que heredó de Meriño los afanes intelectuales, la inclinación a la perfección, la actitud científica, la facilidad de expresar sus ideas y de palabras, la sólida formación espiritual y el no tener miedo a la verdad. Pero no es mujeriego. “Absolutamente no, llevo 52 años de feliz matrimonio”. Además, aclara, “él no era mujeriego, era proclive a la feminidad”. En una próxima entrega se ofrecerán otros datos de Meriño y de la resolución de la secular calle que lo distingue.

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