Monseñor Agripino Núñez Collado

Monseñor Agripino Núñez Collado

Ahora que Monseñor Agripino Núñez Collado termina su largo y fructífero mandato al frente de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM) e inaugura una nueva etapa de su vida, como Presidente de la Fundación universitaria y continuando al frente del Consejo Económico y Social (CES), conviene reflexionar lo que ha sido este hombre sin parangón para nuestro pueblo y la historia reciente dominicana.

Conocí personalmente a Monseñor –como le llamamos todos los estudiantes y profesores de PUCMM- en 1984 cuando se inauguró la denominada “Segunda Época” de la Revista de Ciencias Jurídicas de la Universidad. Esta revista, que gozó de una extraordinaria popularidad, por la calidad y actualidad de los artículos en ella publicados, fue relanzada, bajo la dirección de Adriano Miguel Tejada, en un formato más pequeño y ligero, de publicación mensual en lugar de trimestral, con secciones de doctrina, jurisprudencia y legislación, y, lo que fue una novedad en ese momento, a la usanza de las “law reviews” estadounidenses, contando con un consejo de redacción compuesto por los estudiantes de índices académicos más altos de semestre. Las sesiones de trabajo del consejo de redacción se celebraban en el área de rectoría y ahí tuve la oportunidad de intercambiar muchas veces con Monseñor, quien usualmente se asomaba a donde estábamos para saludar a los miembros de la revista e intercambiar impresiones con todos nosotros. Fue ahí que conocí la pasión de Monseñor por el Derecho, lo que explica su defensa a capa y espada de la carrera, cuando en 1962 los organismos internacionales consideraban que había demasiados abogados en nuestro país, lógicamente no los abogados que Monseñor pensaba que requería el nuevo Estado postrujillista y el emergente sector privado.

Ahí pude percibir, además, una de las virtudes más sobresalientes de Agripino –como lo llaman todos los dominicanos-: su humildad. No solo que es usual verlo recorrer los pasillos de la Universidad sino que también muchas veces se le ve conversando con estudiantes, a quienes generalmente conocía de nombre, como era común durante los 60, los 70 e, incluso, los 80 del siglo pasado, en el pequeño Santiago de las colindancias. Es esa humildad –la virtud del cristiano, según Santo Tomás de Aquino- la que ha alejado a Monseñor de los fundamentalismos religiosos. Pero, ojo, detrás de su mansedumbre, hay un luchador aguerrido. No por casualidad es Monseñor el primero que humilde pero valientemente reconoció los terribles pecados de algunos pastores de la Iglesia Católica, cuando escuadrones de prensa amparados en supuestas autorizaciones eclesiásticas negaban viles atropellos y menosprecios –en el sentido griego del término- contra los más pequeños que tanto quiso Jesús. Y no por azar tampoco es Monseñor quien motorizó el célebre comunicado de los empresarios de Santiago, el cual convenció en 1978 a Balaguer de que no podía desconocer la voluntad popular.

Humildad, valentía, y –que no se olvide- liderazgo organizacional, son tres de las principales virtudes de Monseñor. Como se refleja en su obra maestra, la PUCMM. Una verdadera institución, en un país de instituciones precarias; en la que se dan la mano armónicamente la Iglesia Católica, los empresarios privados y los académicos; que es una manifestación continua de excelencia académica; administrada con frugalidad y honestidad ejemplares y sin depender de aportes gubernamentales; que se ha tomado en serio lo de “madre y maestra”, pues es una organización que garantiza efectivamente la equidad de género, lo que se evidencia en el gran número de vicerrectoras, decanas, directoras, profesoras y empleadas; de estructura horizontal, teniendo como eje vital el Consejo Académico; con mayoría de estudiantes que se costean sus estudios a través del crédito educativo de la Universidad; que abrió sus aulas a los jóvenes haitianos, rompiendo mitos y tabúes; con un extraordinario programa de posgrados de titulación nacional o en concierto con prestigiosas universidades extranjeras; y que ha graduado casi 70,000 profesionales, de los más buscados por el sector público y las empresas.

Y, lo que no es menos importante, el sentido de apertura y la gran visión política de Monseñor lograron que se inaugurara en la República Dominicana de los 80 la cultura del diálogo, en un momento en que el país todavía recordaba la mano dura de la dictadura trujillista y se sentía la mano invisible de la “dictablanda” balaguerista, constituyéndose en el mediador por excelencia en nuestros grandes conflictos sociales y políticos. “Monseñor Diálogo” nos dejó muchos frutos: desde el vigente Código de Trabajo; hasta el CES que hoy preside y desde donde continúa y continuará su incesante labor mediadora; sin olvidar la reforma constitucional de 2010, cuyo anteproyecto fue preparado por un grupo de 13 juristas –la mayoría de ellos graduados de PUCMM-, que celebró gran parte de sus sesiones en los recintos de la Universidad y que logró un inusual consenso político y social gracias en gran medida al liderazgo de Monseñor durante el largo proceso de consultas populares. Es por todo lo anterior que, usando la frase de Peter Haberle, considero que Agripino Nuñez Collado ha sido, es y seguirá siendo una verdadera e imprescindible “personalidad constituyente” del pueblo dominicano.

 

 

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