Monseñor Flores, un cristiano ejemplar

Monseñor Flores, un cristiano ejemplar

Lo recuerdo siempre ocupado en acción pastoral, vinculado a la gente, al pueblo. Era el tiempo de los doce años de Balaguer, luego de la Guerra Patria y la ocupación militar estadounidense de 1965. El país vivía en ebullición, como una caldera. La agitación política, estudiantil, laboral y campesina era el pan nuestro de cada día. Para entonces, 1966, monseñor Juan Antonio Flores Santana pasó a dirigir el Obispado de La Vega, en sustitución de otro pastor venerable, valiente y combativo: monseñor Francisco Panal Ramírez.

Aunque fue obispo y arzobispo de Santiago, también en sustitución de otro gran dominicano y sacerdote destacado, monseñor Roque Adames Rodríguez, sus mayores huellas las dejó en su etapa vegana, con responsabilidades en varias provincias del Cibao Central. Además de cumplir con la agenda cotidiana del Obispado, como impulsar las vocaciones religiosas y la creación de nuevas parroquias, estuvo allí donde había enfrentamientos, conflictos, en busca de soluciones, siempre en favor de los más desvalidos y necesitados. Se recuerda su apoyo a la organización de los pequeños productores agrícolas y de los campesinos sin tierra, especialmente en la Federación de Ligas Agrarias Cristianas (Fedelac).

Hay consenso sobre sus obras principales en La Vega: creación del Seminario Menor Santo Cura de Ars; rescate de La Vega Vieja; construcción del nuevo templo de la Catedral; Universidad Católica y Tecnológica del Cibao (Ucateci); y promovió la instalación de Zonas Francas.

Por lo que conocí de monseñor Flores, su humildad y entrega, y las virtudes que se han rememorado en estos días sobre su apostolado, su vida se conecta con dos pastores memorables: el padre Fantino Falco y el Papa Francisco. Y más aún, luego de escuchar su evocador Testamento Espiritual en sus exequias; fragmentos del cual quiero compartir con los lectores de Hoy:

“(…) En realidad no tengo que hacer testamento, pues no tengo cosas propias que dejar, pero lo hago para que conste. Desde la niñez sentí que el Señor me daba la gracia de la vocación sacerdotal, y la de vivir los consejos evangélicos de obediencia, pobreza y castidad, no en una Orden o Congregación religiosa, sino como sacerdote diocesano. (..). No he tenido ni tengo cosas propias, salvo las de uso personal. Todo lo que administro lo considero de la madre Iglesia a la que sirvo; y a través de la cual Jesucristo me ha dado todo. Mis padres, con la vida, me trasmitieron la fe y amor a Dios, y a la Iglesia; así como el uso ordenado (sin apego desordenado) de las cosas de la tierra. Agradezco a mis familiares que siempre me han apoyado en mi vocación; y a algunos de mis hermanos(as) y sobrinos, de mejor posición económica, de quienes he recibido ayudas materiales para obras sociales y de la Iglesia. No tengo tierras, ni casas, ni cuentas en el banco, ni automóvil a mi nombre; por eso no dejo ninguna herencia material a familiares, ni a nadie.

Lo que me ha entrado en vida, fuera de los gastos indispensables, lo he dado a las obras de la Iglesia y a los pobres. Los objetos personales son pocos y carecen de valor. Mis libros los he ido distribuyendo en los seminarios. Los que me quedan la Iglesia puede disponer de ellos para alguna institución que le puedan ser útiles. He admirado al Papa San Pío X, que al morir pudo decir: “Nací pobre, viví pobre y muero pobre”. La única herencia que dejo a los familiares y al pueblo de Dios es espiritual. He tratado de transmitirles el mensaje completo de Jesucristo, mensaje de conversión, de amor, de justicia y de vida eterna, de palabra y por escrito. También he tratado de ser testigo del amor de Dios a los hombres, reconociendo, a la vez, mis pecados, como dije antes. No quiero terminar sin antes expresar mi gratitud a mis padres, hermanos y sobrinos (ya mis padres y la mayoría de mis hermanos en el cielo) y de tantas otras personas por tanto amor, cuidado y ayudas espirituales y materiales que he recibido de ellos(as) desde mi niñez; así como a mis primeros maestros, y a la Compañía de Jesús, de quien recibí la formación eclesiástica desde los 14 años en el Seminario menor, y en otros centros de estudios durante 16 años. Padres y Hermanos Jesuitas llenos de sabiduría, de caridad y de santidad. Pido a Dios que bendiga a todos.

Quiero que las exequias y entierro sean bien sencillos, y al final se cante el magníficat.”.

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