Monseñor Ricardo Pittini: convertir los católicos de marianos a cristianos

Monseñor Ricardo Pittini: convertir los católicos de marianos a cristianos

Lo menos que hubiera querido Pedro, un ex pescador que siempre sería humilde, era que alguien le hiciera una estatua en un altar como comparándolo en altura y grandeza a su Maestro. Tampoco María, cuya mayor aspiración consistía en ser la “esclava del Señor” y que se hiciera en ella “según su palabra”. También cuesta imaginarse a Francisco de Asís deseando que los humanos lo honrasen.

Muchos prefieren a María, porque como madre pareciera, según los sicarios de Medellín, que ella está dispuesta a perdonarle todo a cada hijo, no importa a cuantos él asesine cada día, es su hijo, y a ella le basta con una docena de velas como si, a semejanza de la que lo parió, le bastase una docena de vasos el Día de las Madres.

Pocos de estos devotos del catolicismo popular se enteran de qué piensa realmente la Iglesia sobre esas devociones: la gente, cada cual, lleva su devoción o su culto como le parece.

En la novela de Isabel Allende, la tía le dice a la sobrina que de todos los santos de su altar, el más milagroso es uno de barbas y abundante cabellos, que resultaba ser la foto de Beethoven.

Esos cultos populares son con mucha frecuencia prácticas de hechicería, deidades hechas a imagen y semejanza de los pecados de los devotos, acomodadas a sus caprichos y perversidades, o a su candidez e ignorancia acerca de los Evangelios de Jesucristo. Es sumamente admonitoria la advertencia de Monseñor Ricardo Pittini, quien fuera arzobispo de Santo Domingo por tantos años: “…es urgente renovar y vivificar el cristianismo y atraer a este pueblo, sumamente devoto de la Virgen, hacia Jesús…” Se trata de dar cuenta de que hay demasiado María y muy poco Jesucristo. O lo que es mucho peor, rehúyen a Cristo y a Yaveh, porque son masculinos, presumiblemente menos afables y permisivos, y prefieren en todo caso una mujer que, a diferencia del Padre o el Hijo, es una madrecita buena sin otra misión que salvar su muchacho de la cárcel, la muerte o la miseria, evitarle que sufra siquiera cuando comete horrendos crímenes.

A menudo la gente prefiere fabricar sus propios ídolos, y hablar, orar, y consultar a sus muertos, a sus padres, hijos y parientes difuntos, que supuestamente les  cuidan desde el más allá, aunque eso no esté en las escrituras ni en tradición cristiana alguna. Ignorando que “sólo Cristro salva”.

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