La maestra llegó sulfurada al colegio situado en pleno Naco, toda descompuesta entró al aula, refunfuñando, explicándoles a los alumnos que ella no iba a seguir impartiendo las clases de Moral y Cívica, porque en este país esas cosas no funcionan; y les contó que casi llegando al colegio se tuvo que enfrentar a un chofer de concho que bloqueaba el tránsito, recogiendo y dejando pasajeros en medio de la calle, y aunque ella le protestaba con la bocina, el tipo le hacía gestos obscenos burlándose, hasta que ella se apeó, abrió su baúl y sacó un machete que últimamente había llevado para esos frescos que siempre han querido abusar de que es mujer y conduce un auto pequeño; que le renunciaría al director, definitivamente, no seguiría hablándoles a sus alumnos de algo en lo cual ella, personalmente, sabía que no funciona en este país.
Esto aconteció tiempo atrás, pero cualquiera persona decente y pacífica ha fantaseado con cometer un desatino en medio del desastre vial, a no ser por su familia y todo lo malo que vendría atrás. Difícilmente exista una experiencia más violenta y desagradable que manejar en una calle de Santo Domingo. Desde que usted sale hasta que llega se está en tensión, bajo amenaza de que alguien en un vehículo grande y musculoso va a salir de una marquesina o una bocacalle y lo obligará a frenar, pasar primero aunque usted tenga la preferencia y el derecho de pase.
Días atrás una mega joven, pistola en mano, trató de imponer su soberbia en medio de un tapón probablemente ocasionado por ella misma, respondiendo, según versión, a alguien que en protesta hiciera un disparo al aire con su revólver. Ese hecho no fue necesariamente un acto de gentes violentas, sino de personas ya afectadas por los problemas de tránsito de la ciudad. Experimentos científicos con ratas han demostrado que los animales acorralados tienden a violentarse.
Aquí se trata de un tipo de conductas causado probablemente por el ambiente que las autoridades han propiciado con su falta de atención a los problemas de circulación, y a la carencia de un sistema de transporte público razonablemente eficiente y decente, como en las grandes ciudades del mundo.
Además, frecuentemente se anuncian ferias de automóviles, sin que las autoridades se pregunten por cuales calles van a circular y dónde se van a estacionar. Ni qué autoridades los van a regular y organizar en los espacios viales. Una experiencia verdaderamente desagradable para alguien que ha adquirido un vehículo para ganar tiempo, seguridad y comodidad, ejerciendo su derecho a la libre circulación y ser más eficiente en su negocio, es, precisamente, la de quedar absurda y estúpidamente retenido en medio de una represa de cacharros ruidosos, amenazantes y vociferantes, en calles que más que nada conducen a frustración y violencia contenidas. Sin que se vea un accionar público proporcional, responsable, encaminado a las soluciones que se requieren.
No solo divas, ni tigueraje; también una maestra de moral y cívica puede fastidiarse y sacar un machete.