Morbo en la crítica

Morbo en la crítica

DIÓGENES VALDEZ
Hace años que los escritores dominicanos están a la espera de ese crítico que, como señala Octavio Paz en “Corriente Alterna”, invente una novelística a partir de las obras existentes. En esa tarea mucho puede hacer el Estado, ofreciendo su apoyo a los creadores, y pueden contribuir mucho aquéllos que, con derecho o sin él, ejercen el buen o mal juicio literario.

El Estado puede extender su larga y poderosa mano para que nuestros autores sean conocidos más allá de nuestras fronteras insulares, insertándolos en el campo de la diplomacia, comprando sus libros para enviarlos a las embajadas. Dentro de esta “utópica” aspiración, el país y los intelectuales podrían resultar gananciosos, aunque sin esperar la súbita aparición de un Faulkner o de un kafka porque estos fenómenos son producto de la tradición, y ésta, en nuestro país, es necesario crearla, porque como muy bien señala Mauriac, “un novelista elabora espontáneamente las técnicas que convienen a su propia naturaleza” (Ibid, p. 25).

Zweig llama al crítico “hermano del alma”, quien debe ser un artista pero no tanto, y conocer las vicisitudes a las que se expone un creador (Sainte Beuve, el crítico).

Resulta difícil disentir de las opiniones de E. M. Forster, autor de las célebres novelas “Pasaje a la India”, y Howard’s End” entre otras. Este miembro destacado del círculo de “Bloomsbury” señala, que “el deseo de los críticos de mostrar como un escritor se cayó, o se levantaba le parece fuera de lugar”.

Estamos de acuerdo con Forster, de que hay mucho de morbo en el ejercicio de la crítica. En esa caída o descenso, el escritor debería encontrar la mano de ese “hermano del alma” para que lo ayude a levantarse. Si algún escritor dijera, por ejemplo, que apoya el intento de la crítica de enseñarle a realizar su trabajo, comete un grave error. La crítica, en su irrenunciable labor didáctica, jamás debería enseñarle al creador literario, cómo se construye una novela, pero si a los lectores, como debe entenderla.

Un asunto sobre el cual los expertos se despachan con ligereza asombrosa, es lo referente al lenguaje. El lenguaje es comunicación, como señala Ezra Pound, los buenos escritores son aquellos que mantienen la eficiencia del lenguaje, y ésa es su función. Sin comunicación el lenguaje cae en la inoperancia, en la infertilidad y por tanto, no existe la novela, la poesía, ni el cuento, ni el ensayo. En suma, sin comunicación no existe la obra literaria.

En nuestro medio cultural existen algunos críticos que ocultan su ignorancia detrás de una suma de galimatías. Para éstos la comunicación es como el traje del “rey” aquél, que sólo podían verlo las personas inteligentes. En el célebre texto de Guillermo Grimm, todos decían ver aquel traje y alababan su confección para evitar confesar su propia ignorancia. Todos sabemos como concluyó el cuento que inventaron un par de pillos (o de críticos) para timar al rey: un niño en su pura y elemental inocencia se atrevió a gritar:

 “¡El rey está desnudo!”.

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