Morir de amor

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El próximo sábado, celebraremos el día dedicado al amor y a la amistad, San Valentín. Como hemos estado “conversando” de muerte súbita, esta forma de morir es un ejemplo más de cómo se nos rompe el corazón, por ese sentimiento tan complejo como lo es el amor, que todos conocemos y hemos sentido en el hondón de nuestros corazones, pero es muy difícil de definir.

Sentimiento, que son sólo los poetas quienes son capaces de sinterizarlo, veamos al  mexicano Octavio Paz, en su obra “Delta de Cinco Brazos”, nos señala: “Amor, isla sin horas isla rodeada de tiempo, claridad sitiada de noche. Caer es regresar, caer es subir. Amar es tener ojos en las yemas, palpar el nudo en que se anudan quietud y movimiento. El arte de amar ¿es arte de morir? Amar es morir y revivir y remorir: es la vivacidad.”

Casi todos hemos experimentado esa melancolía que deja el desamor, pero no todos tenemos la capacidad, ni la estructura mental para entenderlo como una acción que será pasajera, en ocasiones si no se nos rompe el corazón, algunos llegan a culminar con esto que llamamos “vida”. Veamos un ejemplo, un talentoso ejecutivo, que olvidó que la familia era más importante que su trabajo, y la compañera planteó la disolución del contrato de enlace, por maltratos y ausencias. Pero, ¿cómo iba a admitirlo? Había sido un ganador, le achacarían debilidad.

 Entonces se tornó irascible, perdió el ánimo y  comenzó a padecer insomnio. Se refugió en el alcohol y las drogas.

Un día de primavera, su mirada se detuvo en la ventana abierta de su oficina situada en un alto edificio. Lamentablemente, lo fue invadiendo un sentimiento de horror, que crecía cada instante. El espacio, el aire tibio del exterior, parecían atraerlo y, preso de una terrible fascinación, se quedó mirando fijamente la ventana abierta, mientras luchaba con un impulso casi invencible de saltar.

La oportuna entrada de su secretaria, lo salvó, quien lo encontró muy cerca de la ventana, ella logró calmar al sudoroso, pálido y angustiado amigo, recibiendo con éxito la ayuda siquiátrica.

A mediados del mes pasado, se publicó una investigación de científicos británicos de la Universidad College London y la Facultad de Medicina Brighton. Confirmaron que las zonas más altas del cerebro, usadas para la memoria, el aprendizaje y las emociones, pueden desestabilizar el músculo cardíaco de quien sufre enfermedad coronaria durante un período de severo estrés, como la pérdida de un ser amado, lo que puede generar un ritmo cardíaco doloroso.

Veamos qué acontece con esos que no pueden manejar sus males de amores, esos celópatas  y apasionados anormales, que matan y se matan, o esos casos que por la gran depresión secundaria a ese “mal del alma”, se suicidan. Puede enfocarse desde muy diversos puntos de vista por los profesionales de la conducta. Pero revisemos nosotros los esquemas de defectuosidad, dependencia, involucramiento y fracaso. Como elementos predictores de un mal desenlace en esos que padecen el severo mal del llamado Cupido. Por la defectuosidad, el individuo se cree que es defectuoso, inferior y malo. Por la vía de la dependencia y el involucramiento, se asocian al dominio de que ese lastimado corazón no se adapta a la pérdida, y al sentimiento de que no logrará posteriormente una aceptación social con  otra compañera.

El esquema disfuncional del fracaso se refiere a la creencia de que él como individuo está destinado al fracaso, y que jamás podrá tener capacidad de éxito frente a una futura relación, donde logrará estabilidad y lo más importante sentirse amado[a].

Vivan por siempre el amor y la amistad, en su día, el de ese inocente angelito, arquero, que cuando nos flecha, nos lleva a estadios de felicidad que sólo los enamorados pueden sentir,  como diría Benedetti: “El amor es una buena garantía así que es útil recurrir al beso, y pedirle a la muerte el pasaporte”.

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